Si me dicen que en verano tienen guardada la pista de hielo bajo los tendidos lo creería a pies juntillas dada la frialdad del público esta tarde. Si el argumento, por contra, resultase ser que el hilo musical de la banda suena más a réquiem que a pasodoble no pondría pegas. Incluso, compraría que las expectativas creadas con la ganadería de La Quinta por su historia en El Bibio provocasen una desazón generalizada en el público al toparse, casi sin esperarlo, con una corrida que sin ser mala, que no lo fue porque todos los toros se dejaron algo más de raza, les hubiese venido bien.

Sea como fuere tuvo que llegar Manuel Escribano, en el ocaso de la tarde, en el sexto toro, con un par al quiebro por los adentros para encontrar el botón de encendido del público. Ahí prendió la mecha del triunfo que terminaría por explosionar en forma de dos orejas para el torero sevillano afincado en Gerena que abrió la puerta grande el día de su debut en El Bibio. Este sexto fue el mejor del encierro. Sacó su fondo de casta y ahí marcó la diferencia con sus hermanos. "Chaparrito" de nombre, de larga y templada embestida con distraído final de viaje. Un defecto que Escribano supo solventar con una muleta siempre adelantada, en el mismo hocico del toro para evitar que saliera suelto y así hilvanar los muletazos en tandas de mano baja y ajuste por el pitón derecho. Los naturales, que también los hubo de nota, tuvieron profundidad y largura gracias a la despaciosa embestida del toro de La Quinta a quien Escribano ya había eliminado su falta de atención. El desmayado epílogo con ayudados por abajo despertaron unos olés de verdadera pronunciación. Se fue tras la espada Escribano que a pesar de irse algo desprendida no impidió la fuerte petición de las dos orejas. Un triunfo que de no ser porque el tercero de su cuadrilla se recreó en la suerte del cortado de apéndices puede que el presidente se hubiera guardado el pañuelo para mejor ocasión. Las prudentes mulillas también colaboraron y al final arrastraron al toro desorejado al desolladero.

Antes, con el tercero de la tarde, un toro de preciosas hechuras al que recibió de rodillas con una larga cambiada, abrevió. Lo había brindado al público tras banderillear en cuatro pares. Los tres primeros, de dudosa ejecución sacaron a relucir la honradez de Escribano que regaló un cuarto par de rehiletes clavando al violín en un quiebro por los adentros. Y abrevió porque tampoco lo vio claro. En ningún momento. Se le acostó por el pitón derecho en el recibo de capote, lo volvió a avisar en el inicio de faena, de rodillas, y una más, ya en pie, al tercer pase de la tanda con notables síntomas de haberse orientado.

En lo que el público despertaba del letargo, Eugenio de Mora, que vive esta temporada una segunda juventud, toreó sensacional a un toro que más que emplearse se dejaba. La figura erguida del torero de Mora se impuso al toro de La Quinta. Por ambos pitones, con empaque por el derecho y la mano muy baja. Excelsos fueron los tres naturales previos al volver sobre la diestra para otra tanda de cuatro muletazos de gusto. Sin existir posibilidad de cortar las dos orejas pues fue aquí el punto álgido de la sucesión de música fúnebre, se tiró de verdad encima del morrillo para cortar la oreja. Un trofeo que tenía ganado a ley de no ser por el tercero de su cuadrilla que, entumecido por el frío, o bien norteño o bien por los efectos de la pista de patinaje, no le funcionó la muñeca para apuntillar al toro. Y nos dieron las diez y las once... que decía la canción. Eugenio, contrariado como es lógico saludó una ovación. La faena merecía otro cantar.

El que abrió plaza tuvo clase y nobleza en su embestida lastrada por la falta de fuerzas desde el buen recibo a la verónica. Eugenio de Mora administró tiempo y espacios hasta lograr una entonada tanda por el pitón derecho que de no ser en la apertura del festejo hubiese tenido otro eco en los tendidos. Visto lo visto... igual tampoco.

Fernando Robleño no pudo reeditar con La Quinta el triunfo del año pasado. Buscó lucir al segundo del festejo en el caballo, colocándole justo a contraquerencia, a saber colocar al caballo en línea recta con la puerta de toriles. Puyazo trasero y larga pelea en varas del toro de Martínez Conradi para posteriormente encelarse en el peto del caballo. Brindó al público Robleño sin sospechar que hoy estaba de nones. Tampoco el toro invitó al optimismo.

Su disposición logró recompensa en el quinto. Otro toro de bella estampa y al que Robleño citó siempre en largo, dándole distancia, y con la muleta adelantada. Buscó lucirse, dando el pecho y adelantando la pierna de cite, y poner emoción a un toro que no la tenía. Ni escondida. Con oficio fue metiendo en el canasto al toro de La Quinta que al menos no resultó tan desagradecido antes de rajarse. Con poco Robleño cortó una oreja. Queda el día 15. Aguardan los toros de Adolfo Martín. Esperemos que haga sol.