Es frecuente que en una noche como la de ayer, víspera de la festividad de Begoña, Gijón mire al cielo. Lo raro es que la ciudad pusiera la vista en las alturas desde horas antes del inicio de los fuegos artificiales, ya que la amenaza de lluvia era rotunda. A las once, una hora antes del inicio de la explosión de colorido, cayeron chuzos de punta, de manera que los más madrugadores en coger sitio para ver mejor los fuegos tuvieran que resguardarse de la lluvia bajo soportales. A las doce en punto, con británica puntualidad, comenzó el espectáculo y. albricias, no llovía. Dos minutos después, sin embargo, cayó un diluvio que llenó la calle de paraguas.

Pero ni con esas, ni con un aguacero que tan pronto amainaba como volvía a arreciar deslucían los fuegos de la noche grande de la Semana, espectaculares, magníficos, originales, yendo a más con el paso de los minutos, que fueron 27 de lograda pirotecnia. Ni un pero que ponerle.

La sincronización fue perfecta; el juego de los continuos cambios de escena cromáticos, primoroso. Un notable espectáculo como al que cada año nos tiene acostumbrados la pirotecnia canguesa Pablo. Si alguien le puso peros a esta empresa, como Saulo de Tarso habrá caído del caballo.

Fueron más de seis mil disparos al aire, la pólvora en salvas de una ciudad que aguarda esta noche durante todo el año, porque es la hora bruja de la víspera de Begoña en la que Gijón está más cerca del cielo. El año del esperado ascenso del Sporting a la máxima categoría del fútbol español no podía faltar un guiño, a modo de homenaje, al equipo local, inundando la noche de franjas rojiblancas. La intensidad de los bombardeos fue "in crescendo", para culminar en una epopeya final de colores y truenos , repartidos en doce fases encadenadas y ascendentes, que dejaron al público con la boca abierta.