Caía la tarde en la carretera de Villaviciosa y no cabía un alfiler en la amplia explanada de El Bibio que albergó a gran parte de aficionados de los más de tres cuartos que registró el coso. La desazón tradicional del último día, al echar la persiana a la feria, estuvo edulcorada con el triunfo de la fiesta en una salida en hombros protagonizada por la terna al completo y el mayoral de la ganadería. Se hacía de noche mas El Bibio brillaba. La iluminaban cientos de aplausos de los aficionados en símbolo de gratitud para Enrique Ponce, El Juli y Miguel Ángel Perera que cruzaron el umbral de nuestra Puerta Grande tras cuajar una tarde colosal.

A ellos les dedicaron Ponce, El Juli y Perera una tarde de grabar en la retina reeditando el triunfo del año anterior. Una vez más se enfrentaron a los toros de Justo Hernández en lotes completados por un animal de cada hierro: en orden impar los de Garcigrande y en par los de Domingo Hernández.

Con veinticinco años de alternativa a sus espaldas Enrique Ponce está en plena forma. Si bien es sabido que es doctor en tauromaquia en el que abrió festejo además demostró poseer el doctorado en enfermería. El zambombo Garcigrande, atacado de kilos (más de 600), lo recibió con estilosas verónicas rematadas con una media tras la que comenzó a llover. Lo llevó a media altura y ayudándose de la voz aprovechó la nobleza y clase del toro en su endeble embestida y perdió una oreja con la espada. Y llegó lo magistral con el cuarto de la tarde que salió con muchos pies de toriles. Enrique Ponce sublimó el arte de torear por el pitón derecho de un toro que si en banderillas para su cuadrilla pareció Caín se transformó en carretón en las manos del maestro Ponce. Brindó al público, en medio de una bronca tras el desaguisado con los rehiletes, y pidió paciencia al público. Toreo desmayado, de figura erguida, siempre vertical su concepto puro que arrebató los oles profundos del tendido. Tan hondos como el mando de su muleta, echada a la cara del toro para embeber su embestida en la franela. Soberbio con la diestra en muletazos al ralentí mientras sonaba nuevamente el concierto de Aranjuez por el que Ponce dio las gracias al director de la banda. Nihil obstat. El epílogo, doblándose con el toro, fue en consonancia con la elegancia derrochada sobre la arena. Dos orejas. El clamor. La fiesta. La libertad.

El Juli sorteó en primer lugar al toro menos hecho del encierro que por sus hechuras enamoró desde que desembarcó en Gijón. Respondía al nombre de "Violáceo" y tras un inicio de embestida gazapona se manifestó una clase a raudales ya en el quite por chicuelinas y cordobinas. Lo brindó al público y citó El Juli en largo con la muleta adelantada. El toro perseguía muy humillado la muleta baja, separada por milímetros en tandas largas y buen trazo. Tras unos molinetes muy por abajo rompió la faena, el toro y el público. Las tandas en redondo no tenían fin, girando sobre los talones y enlazando los muletazos, arrastrando el estaquillador, para poner bocabajo todos los tendidos. Sin discusión. En el centro del ruedo, recetó tres roblesinas al de Domingo Hernández, sin despegar las zapatillas del ruedo, trazando el pase completo y tras vaciarlo pasarse la muleta por la espalda para volver a empezar. En el centro del ruedo se tiró a matar dejando una estocada corta y efectiva. Dos orejas incontestables. Cortó otra oreja por el oficio demostrado en el quinto del encierro que fue perdiendo la pujanza a medida que avanzaba la labor.

Perera cortó una oreja al exigente tercero que había brindado al empresario Carlos Zúñiga bajo una ovación y no podía permitir no arrear en el sexto con sus compañeros ya con la Puerta Grande asegurada. Saludó a la verónica de rodillas, prosiguió por el mismo palo de pie e intercaló un delantal previo al remate con una media. Brindó al público y de rodillas, en el centro del platillo ligó en redondo una buena serie como declaración de intenciones. La embestida deslucida y a media altura tuvo como corrector la firmeza de Perera que se metió entre los pitones cuando no había más posibilidad que el encimista desarrollo de otra faena entregada con la firma de Perera. Tiró la ayuda de la muleta para torear al natural por ambos pitones, cambiándose la muleta de mano por la espalda en lo que se antojaban como luquesinas. En las cercanías se lo pasó muy cerca, siempre metido en la circunscripción del toro para impactar con la emoción y derribar la Puerta Grande. La escalofriante quietud que desplegó Perera fue el principal ingrediente de las dos orejas con que completó su segunda tarde precedieron a los gritos de "torero, torero".

Todos en hombros, más el mayoral, entre vivas a la fiesta, a la feria y a la libertad. Las lágrimas de despedida llevaban ayer el regusto de la felicidad porque con tardes así a buen seguro que siempre saldrá el sol. Lo merece Gijón y la parroquia taurina de El Bibio.