Oviedo, Eduardo GARCÍA

En caligrafía vamos para atrás. Dice el Diccionario de la Real Academia que es el "arte de escribir con letra bella y formada". Pero quién demonios escribe a estas alturas. Escribir sin teclear, se entiende. Escribir por placer, más allá de la obligación del examen para niños y adolescentes o la cesta de la compra.

Y en eso, una decena de privilegiados, casi todos jóvenes, tuvieron la osadía de apuntarse a uno de esos cursos de verano de la Universidad que nacen para pasar más o menos inadvertidos. "Taller de introducción a la caligrafía", se titula. Y se adentraron en un mundo apasionante.

"Nos estamos acoplando a la máquina, pero no al revés", dice Jesús Juaristi, uno de los ponentes del curso. Chuso Juaristi es profesor de Plástica en un centro de Primaria y ESO de la localidad lucense de Costeito. Él no lo reconocería nunca, pero tiene una de las mejores letras del país, una habilidad extraordinaria para escribir. "No soy calígrafo profesional, soy autodidacta, porque nunca di con maestros que me enseñaran".

Su nivel está al alcance de muy pocos, pero "a escribir bien se aprende, y la mejora se nota desde la primera sesión", explica Ángel Iglesias, profesor de la Escuela de Arte de Oviedo, campus del Cristo, y ponente del curso.

"Estamos llenos de verdades mitológicas que en el fondo son puñeteras mentiras. Dicen algunos: 'Es que yo soy muy malo pintando'. Pero ¿por qué eres malo? Porque no te enseñaron, o te enseñaron mal", señala Iglesias.

España tiene una gran tradición caligráfica, que se ha abandonado. La profesora de la Facultad de Formación del Profesorado de la Universidad de Oviedo y codirectora del curso, Inés López Manrique, tiene claro que "perdemos habilidad manual". Ella, y junto a ella muchos docentes asturianos, se encuentra con trabajos y evaluaciones de sus alumnos "en los que literalmente no sabemos qué han escrito".

Los escolares, sin ellos saberlo, siguen al pie de la letra los consejos del príncipe Maquiavelo: escribe tan oscuro que nadie te entienda, y tan largo que todos se aburran.

En general, escribimos peor que nuestros padres, y éstos peor que nuestros abuelos. No se trata de formación y estudios, sino de esa habilidad manual que se aprende escribiendo.

La caligrafía sigue siendo un arte, casi una ciencia, en China, pero también en los Estados Unidos, auténtica potencia mundial, y en Inglaterra y Alemania. "Son países en los que encuentras sets de caligrafía en un supermercado", dice Ángel Iglesias, que concreta lo básico para iniciarse: lápiz, goma, un lápiz de carpintero (con punta en forma de cincel), un manual con modelos de letras y un cuaderno adecuado para reproducirlas. Tras los primeros pasos, una pluma para empezar a practicar con tinta. Pluma de punta chata para modular el grosor. Cualquier buen librero de papelería sabe de lo que estamos hablando.

-Yo tengo un problema -dice uno de los asistentes al curso-: tengo muy mal pulso.

-Da exactamente igual.

Juan Carlos San Pedro, codirector del curso y decano de la Facultad de Formación del Profesorado, se reconoce "con un pulso fatal", pero pinta y dibuja. Y enseña. "La letra es expresión, y a todo el mundo le gustaría escribir bien", dice.

El problema es que "hemos dilapidado este patrimonio, lo hemos desterrado de las escuelas -apunta Jesús Juaristi-. Una pena, porque las personas que escriben mal se sienten mal".

La caligrafía debería formar parte del corpus formativo del ciudadano, dice Ángel Iglesias. Pero se ha dejado arrinconada. Como muchas otras cosas. "La gente no tiene ni ojos en la cara para saber ver un cuadro ni oído para disfrutar de una música. Y eso es algo que tristemente lo hemos asumido en este país".