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Remeros bajo las estrellas

LA NUEVA ESPAÑA completa un recorrido fluvial nocturno en el Occidente surcando las aguas del río Navia y el Polea

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Recorrido fluvial nocturno en el Occidente surcando las aguas del río Navia y el Polea

Woody Allen llevó a la gran pantalla la magia de Francia en "Migdnight in París". El director neoyorquino pretendía trasladar a los espectadores a un mundo fantasioso que inundaba la capital francesa cuando daban las doce. Sin duda cine de calidad, pero lo que viene tras estas lineas es absolutamente realidad.

LA NUEVA ESPAÑA, partiendo desde Serandinas, en el concejo de Boal, acompañó a una expedición nocturna en canoa, que saliendo, a medianoche, desde un embarcadero del Río Navia, ascendió su afluente, el Polea, durante aproximadamente seis kilómetros. Como capitán de la travesía Kaly Menéndez, propietario del albergue aventurero "Kalyaventura", que lidera este tipo de actividades en Serandinas desde hace más de 20 años. Los guías Ramón Fernández, Eduardo García, Patricia Sánchez, Gema Voces y Javier Ibáñez completan el grueso de la expedición. Durante las aproximadas tres horas de viaje nocturno, los acompañantes de Kaly sustituyen a la luz inexistente con explicaciones que alumbran la historia que rodea a esta travesía exclusiva, rodeada de un ambiente natural incomparable.

Equipados con neoprenos y linternas, los viajeros inician la expedición en el embarcadero de Serandinas. Una vez a bordo, los remeros se adentran en la oscuridad en un enorme océano fluvial que forma el río Navia. De fondo se escucha la música ambiente de la verbena del pueblo de Serandinas, que le da un toque pintoresco a la expedición. La luna, llena a más no poder, actúa como un foco natural sobre la superficie del agua, que se convierte en un mar de estrellas y constelaciones, creando un panorama de luz natural que se podría asemejar por momentos más a un amanecer que a esta media noche mágica.

Los aventureros enfilan estribor dejando atrás el paisaje lunar de cuento de hadas. Serandinas se encuentra en el concejo de Boal, pero el paisaje mágico que se vislumbra en esta peripecia no le tiene nada que envidiar a los lugares novelescos como el valle de los elfos de "Rivendell", imaginado por Tolkien para "El Señor de los Anillos".

Las canoas se adentran después en el Polea. La gran anchura inicial del afluente y la oscuridad reinante hacen que el tiempo se detenga en seco para el viajero. La música de la verbena ha cesado, los únicos sonidos que se intuyen son los aleteos de los murciélagos, acompañantes fijos durante toda la expedición, que vuelan a escasos centímetros del agua a la caza de mosquitos. También se oye el chapoteo de peces fluviales y quizá "el Martín Pescador", la verdadera estrella del río, haya aparcado el sueño y esté cruzando vuelo con algún murciélago.

A medida que la travesía avanza el Polea se hace más estrecho por momentos. Las canoas rozan con las ramas de los árboles y se acercan a los cortines. Son muros de piedra con forma de círculo que servían para evitar que los osos se hicieran con la miel de las colmenas. A propósito de osos, las linternas de los guías permiten visualizar una gran osera; vacía, por lo menos a primera vista de foco.

El viaje continúa con la llegada a uno de los lugares estrella de la expedición: Las Pingueires; un espacio vegetal en el que los árboles y vegetaciones, destacando los helechos reales, se introducen en el agua para hidratarse, según explica el guía Eduardo García.

Las Pingueires quedan atrás y los aventureros deben bajar de las canoas y tirar de ellas, casi a ciegas en la oscuridad, para atravesar a pie un tramo de piedras. El agua que se cuela en el neopreno se calienta con el calor corporal y el frío propio de esas horas, pasadas las dos de la mañana, es mucho menor de lo esperado. Es hora de hacer un descanso y Kaly y los guías, equipados con termos, ofrecen café caliente y chocolatinas a los viajeros, que se sientan en las canoas para reponer fuerzas mientras disfrutan del cielo estrellado.

Sin duda es uno de los momentos espectaculares de la travesía: la sensación de beberse una taza de café, a la luz de la luna, en el medio de un río, transporta al viajero a un universo paralelo de tranquilidad y armonía. La oscuridad de Serandinas hace que todos los pensamientos queden a un lado. Tras el parón toca continuar la marcha. Otra vez a bordo de las canoas, los viajeros ponen rumbo al tramo preferido del capitán Kaly: el cañón del Polea. Se trata de un pasillo estrecho de paredes naturales de cuarcita y pizarra que obliga a los navegantes a sortear el choque con los muros. De frente, una gran piedra comanda el paisaje lunar. Tras ella se oye el impacto de una cascada y los aventureros pueden descansar los brazos de los remos y dejarse deslizar a lo largo del cañón. Es el fin del recorrido. Los aventureros dan media vuelta y reman con ligereza para dejar de lado el frío y otra vez en Serandinas ponen fin a una aventura nocturna inigualable.

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