Para leer en libertad o para pasear en libertad. Así se presentaba ayer el naval recinto de la "Semana negra" en su adiós de Gijón. Una cita literaria en un ambiente de fiesta que este año destacó por el plantel de caras conocidas entre los escritores. Una larga lista que abría el cubano Leonardo Padura, reciente premio "Princesa de Asturias" de las Letras. Alrededor de un millón de "semaneros", cifra arriba o abajo, pasaron por el antiguo astillero de El Natahoyo reconvertido de verano en verano en parque temático. Unos para participar de los más de 150 actos programados. Otros para participar, simplemente, de la fiesta.

Desde que el festival iniciara sus andadura a finales de los años ochenta, ninguna edición había reunido a tanto escritor: ciento setenta autores acudieron a la cita . Y por eso decenas de libreros aprovecharon la ocasión para hacer negocio y vender ejemplares. "Ha habido la misma gente, pero hemos hecho mejor caja", comentaban José Ramón Alarcón y Merche Medina, editores de "Versos y trazos". Los valencianos, que presumen de tener una clientela fija, reconocen que "en el norte se consume más en libros que en Levante".

Valentín Tejeiro, que vende libros de segunda mano en "La librería de bolsillo", se queja del suelo sin asfaltar y de la suciedad que la gravilla provoca en los libros. "Mientras que otros años teníamos gente hasta la 1 de la mañana, este verano a partir de las once no vendimos", señalaba Tejeiro. Montse Prieto, de "Librería Central", coincidía con su compañero de gremio en que "respecto a horarios de venta, ha sido un año raro". El veterano atleta gijonés Leonardo Díaz Cabaleiro, aprovechó para echarle un ojo a su libro "Vivencias de un corredor" mientras le vigilaba el puesto a su colega de la editorial Cruz de Grao. "Yo creo que a este recinto viene más gente y se vende más", apuntó el deportista.

La oferta hostelera crece cada año. Mojiterías o cafés ecológicos levantan sus puestos al lado de las clásicas gofrerías y pulperías. Julio López, de "La churrería de Gijón", recuerda los años en el entorno del Molinón: "Era una historia completamente diferente. Recuerdo los conciertos de Pepsi y las oleadas de gente que había. Vendíamos mucho más que ahora".

El gijonés, cuyo negocio lleva aparcado en la "Semana negra" desde su primera edición, reconoce haber salido "un pelín más contento que en 2015". Este balance no coincide con el de Alejandro Zafra, que viene desde Jaén con "Mesón Juanito", y que insiste en que "ha habido mucha gente pero poco movimiento". "La gente piensa mucho antes de comprar", señalaba Eugenia Noval, de la joyería "Muérdago Plata", para añadir, con cierta resignación, que "quizás se deba a la famosa crisis".

La calurosa jornada dominical atrajo a miles de familias y de niños, que aprovecharon las últimas horas para hacer una visita al "tren de la alegría" o a los coches de choque. Miguel López y Alicia del Valle no se han saltado ni un día de la feria literaria, y han esperado alguna que otra cola para que Fabio y Enzo pudieran subirse a las atracciones. "Nos hemos subido en "el ratón vacilón", la noria y los hinchables", señalaban los hermanos, que pese al acto de valentía, reconocían haber pasado miedo en un tramo de la montaña rusa. Susana García y Adriana Vigil, de doce y once años respectivamente, aprovecharon el último día para montarse en "el saltamontes". "El problema es que quiere montarse en todo", reconocía la madre de Julia García, una risueña niña que esperaba impaciente para subirse a la noria con su padre. "El tren del dragón me dio mucho repelús", señaló la pequeña.

La clausura de la "Semana negra" se produce con un reseñable volumen de ventas y de participación, en la que ha sido una de las ediciones más movida en actividades e iniciativas. Como broche a los diez días, las últimas horas de la feria acogieron varias presentaciones y exposiciones. Un digno colofón a un incondicional del verano gijonés. El año que viene... más y mejor.