El sonido de las rancheras y el olor a México impregnó una vez más los tendidos de El Bibio merced a la astucia de Joselito Adame que aprovechó al máximo su lote de La Quinta en un festejo en que el público le dio un poco al tequila.

Una tarde que comenzó desangelada por la escasa concurrencia que acudió al coso al relance de los triunfos pasados de La Quinta en Gijón. Y no porque afectase la opción de devolución, pues apenas fueron apreciables las localidades anuladas por aficionados itinerantes que reclamaron su dinero. Fue poca gente y punto. Con todo y con eso Adame les dio el gusto de paladear un toreo ordenado y estructurado. Del que parece fácil pero no lo es. O dicho en clave azteca, les cambió el lagarto por la margarita sorbito a sorbito de torería.

A su primero no le quedó más remedio, por el vendaval, que cerrarlo al tercio para lidiarlo cuando en el centro del ruedo hubiese sido lo suyo. Fue un buen toro, al menos colaborador, que salía del encuentro con la cara distraída. Un defecto que Joselito minimizó echándole la muleta a la cara y no dejando oportunidad para que se rajara. Adame toreó muy vertical, con ritmo y un notable movimiento de la muñeca para alargar cada muletazo. Se ayudó de la ayuda, valga la redundancia, por el izquierdo para combatir el aire, que diría el maestro "Chenel", y epilogó por manoletinas su faena antes de pasaportar a su antagonista con un zambombazo en todo lo alto con el que llegó la oreja.

Otra más paseó del sexto. Un bonito ejemplar, de nombre "Camarón", al que banderillearon con soltura, belleza y acierto Miguel Martín y Fernando Sánchez. Al punto de saludar una ovación tras el tercio. A este toro, que brindó Adame al rejoneador Diego Ventura -acartelado hoy en El Bibio-, le faltó la codicia que por contra desborda en el torero hidrocálido. La mejor tanda llegó por el derecho tras ligar cuatro muletazos rematados por un pase de pecho con la rodilla hincada en la arena. De uno en uno fueron los naturales, el palo por el que más se sienten los olés. Y tiró de astucia cuando las dudas se cernían sobre la salida en hombros.

Adame clavó el estoque en el ruedo y toreó al natural por ambos pitones cambiándose la muleta por la espalda en un palmo de terreno. Un final vistoso, novedoso y plagado de verdad que se impuso a los dos descabellos que precisó para atronar al toro antes de cortar la oreja.

Y si bien El Bibio no es lugar para abstemios, parece que tampoco tienen hueco los desalmados. La polémica de la tarde sucedió en el cuarto del festejo, un toro cárdeno claro de preciosas hechuras y que hasta el momento de autos todas sus reacciones en el ruedo fueron buenas. Tras el primer puyazo derribó al picador que por instinto se intentó agarrar a su montura, con el infortunio de hacer un amplio corte en el costillar derecho del toro, según me cuentan con la herradura del propio jaco. Desagradable a la vista al tiempo que superficial pues apenas sangraba. El respetable, que paga y manda, instó a voces al presidente a devolver el toro que terminó por claudicar. Por no herir sensibilidades, que diría la regidora de la villa, otrora taurina y hoy en minoría. Así las cosas se accedió a la voluntad popular que tuvo su merecido premio aunque por ello pagasen también los cuerdos.

Por ese ojal del toro bonito salió en sustitución uno feo del Conde de Cabral. Feo y de malas intenciones que se orientó y buscó los tobillos de "El Cid" que con dignidad pasaportó con brevedad al infame sobrero tras certero golpe con el verduguillo y así ahorrar, este sí, un espectáculo que hiere sensibilidades. Antes, con el primero, toreó a cámara lenta como lenta era la embestida del toro. Dibujó bellos muletazos que no calaron en el frío tendido al que se le olvidó pedir la oreja.

Tras el sin Dios salió otra belleza de La Quinta que "Romerito II" llevaba por nombre. Robleño lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas y a la verónica le fue ganando terreno desde la primera raya hasta los medios. Lo dejó largo en el caballo y en la misma distancia le citó en la primera tanda por el derecho, salpicada de gusto. Toreó a derechas con el mentón hundido, la pierna adelantada y la muleta templada. Y un toque sutil de los trastos y así acompañar al bonito toro "santacolomeño" en su embestir. En la sucesión de las series, por ambos pitones, no existieron enganchones ni brusquedades y sí un bonito envoltorio al toreo fundamental que con tintes clásicos brotan en Robleño cuando la tarde es propicia. Para muestra los genuflexos muletazos con sabor añejo en el cierre. El triunfo era inminente pero un espadazo tan certero como caído despertaron en el respetable el reglamentarismo que antes se habían pasado por el foro. Una justa oreja.

Prontitud y repetición tuvo el desrazado cinqueño que hizo segundo. Robleño tiró de oficio en una labor que no terminó de romper hacia adelante. No así la tarde al volverse a abrir la Puerta Grande. Una de esas tardes, de las muchas que nos quedan, en que planea sobre el ambiente la disyuntiva de ver el vaso medio lleno o medio vacío. Quien más y quien menos en El Bibio algún sorbo le ha dado ya.