El Bibio vivió ayer la quinta esencia del toreo. El público gijonés tuvo la suerte de disfrutar no la mejor faena de la feria sino, probablemente, la mejor de toda la temporada taurina española. Enrique Ponce. De Purísima y oro. Él fue el maestro insuperable, por arte, temple, dominio y elegancia. Hubo momentos en su primer toro que rozaron lo sublime. El ruedo se envolvía en una tenue niebla, mientras sonaba la música de La Misión de Morricone, y el maestro tendía su mano, derecha e izquierda, con infinito sosiego, citando al toro en la distancia más corta, para llevarlo despacio casi sin pisar el suelo, de puntillas, una y otra vez al ritmo de la música. Pura poesía que llenó de emoción los tendidos. Por primera vez en lo que va de feria sonaron los ¡olés!, largos, profundos, ahogados, mientras la simbiosis del hombre y la bestia ejecutaba aquel preciosísimo ballet.

Buena entrada en El Bibio, la mejor hasta la fecha. El ganado de Juan Pedro Domecq, sólo fachada. Todos flojos de manos, se caían sin haber recibido castigo. El primero gripó al primer intento de entrar al capote. Fue devuelto a los corrales. Su sustituto tuvo la suerte de caer en manos del artista para que éste ofreciera la lección de cómo se ha de cuidar un toro para que llegue a la muleta entero y dócil. Don Enrique lo liquidó de una estocada. Flamearon los pañuelos, dos orejas. Ahora piensen ustedes mismos, a quién y por qué se han dado aquí los mismos trofeos. Se habla mal de la justicia, ¡anda, qué la taurina!

A Sebastián Castella le tocó el peor lote de la tarde, y no pudo hacer nada, sino matar. Lo hizo mal en el primero y peor en el segundo; después de un pinchazo indecente que le hizo retirar la espada a toda prisa, pinchó de nuevo, y por fin media estocada. ¿Es aquí cuando se habla de vergüenza torera? Eso, eso.

Alejandro Talavante estuvo muy bien con la mano derecha y con la izquierda, citando de hinojos, temerario, muy ceñido con el toro. Mató de media y descabello en el primero, que le valió una oreja, y en el segundo un pinchazo le privó de trofeo.

El segundo de Enrique Ponce, lidiado bajo el concierto de Aranjuez, tuvo visos de repetir la hermosura del primero, pero el animal era más bronco. Aun así el maestro, don Enrique, ofreció otra lección de cómo donde no hay se puede sacar oro. En oro se puede grabar la fecha de este 14 de agosto de 2016 en El Bibio. Para la posteridad. Enrique Ponce estuvo allí.