No hubo toros, así que el fin de fiesta quedó deslucido. La ganadería de El Capea, mal, con toros mal presentados, mansos, nulos de casta, siempre huyendo de la pelea; gordos, sí, pero sin pizca de bravura. Se salva levemente el quinto de la tarde.

Y con este preámbulo poco queda que contar. Buena entrada, superando las tres cuartas partes del aforo, calor. Y calor en los tendidos después del recuerdo de la víspera, pero no nos engañemos, tardes así entran pocas en docena.

Aunque se cortaron dos orejas, una El Fandi y la otra Manzanares, esto no da medida de la calidad del toreo; aquí los pañuelos se usan como una chirigota, flamean sin ton ni son, cuando la Tauromaquia es una cosa muy seria. Si seguimos así, sin rigor ni criterio, acabaremos haciéndole el trabajo a los antitaurinos. Juan José Padilla, que encabezaba la terna, puso todo de su parte para agradar; valiente, banderilleó, pero terminaría aburriéndose y aburriéndonos de intentar que el toro embistiera. Con la espada estuvo mal; una estocada desprendida en su primero no logró rematar al toro, y las escenas patéticas se sucedieron. Un aviso. En el segundo más de lo mismo, sólo que la estocada resultó más efectiva. Vuelta al ruedo.

El Fandi se ganó su oreja a pulso. Estuvo bien con la capa, hizo un bonito quite, y puso cuatro pares de banderillas en el área de un euro. Su faena de muleta, casi toda con la mano derecha, resultó aseada, para acabar con una gran estocada que fulminó al animal. En su segundo volvió a ser el banderillero excepcional, estuvo voluntarioso con la muleta, aunque sigue sin manejarla bien, frente al toro más decente del encierro, pero no acertó con la espada; pinchazo, estocada desprendida y descabello.

Había ganas de ver a José María Manzanares después de su éxito en San Isidro, pero tal vez se le quedó todo el fuelle allí. Porque por El Bibio pasó sin pena ni gloria. No vimos la marca San Isidro por ninguna parte, y sí se pudo advertir que no anda fino. Después de una faena corta y vulgar en su primero entró a matar mal y de ahí que se originara una carnicería. Media, intento de descabello, pinchazo, otra media y otro descabello. Lamentable para un primer espada. En su segundo quiso arreglarlo, toreó bien pero de lejos, pinchó sin soltar y estocada. No estuvo en su nivel.

Nos queda la gratísima memoria de la faena de Don Enrique Ponce. Eso sí que es luchar por la Fiesta. Pero aviso a navegantes: Ojo con el ganado. Sin él la Fiesta, El Bibio y la afición, todos, nos vamos a la deriva y de ahí a la nada.