Se abrió la puerta de los chiqueros y antes de que el sexto saltara al ruedo se prendieron las luces porque caía la noche en El Bibio. Entre que de por sí son muchos los espacios muertos de una tarde y que en Gijón van 20 minutos desde el inicio hasta la salida del primero cualquier día acabamos como en Marbella y su corrida de los candiles. Si una tarde está plagada de toreo se escurre el bulto. Pero no fue el caso y, a veces, el toreo llega al tedio.

Hubo que esperar al sexto para disfrutar de los mejores lances de la tarde. No fue bueno el toro de Carmen Lorenzo, pero al menos no fue malo. Duró cuatro tandas y Manzanares logró enlazar varios muletazos con la diestra con empaque. Su toreo tiene belleza porque le acompaña la genética de la elegancia que heredó del padre y la frescura como don de juventud. Al menos ya marca diferencias para plantarse delante del toro. Sin prisas, caminando y dando tiempo a su oponente que al final acabó claudicando como el resto de sus mansos hermanos. Pero como no estaba de Dios, Manzanares, habitual seguro con los aceros, erró en la suerte suprema y todo quedó en una oreja. Se cerraba así la opción de puerta grande en una feria de mucho contenido con deslucido final. A veces, el toreo es cosa de suerte.

En el tercero, le gritaron "Tú puedes Manzanares", porque el toreo, a veces, es naturalidad desde el tendido. Tal aseveración no la duda nadie, pero el que no pudo fue el toro con Manzanares. Calamocheó en cada lance pero el torero de Alicante, cuya bandera lució en sus banderillas, lo metió en el canasto sin hacer brusquedades y le robó una buena tanda por el derecho. Y hasta ahí porque el toreo, a veces, son dosis de belleza.

Juan José Padilla puso más voluntad que acierto. Recibió con una larga cambiada de rodillas al toro, de empalagosa embestida, que no pasó por el lance y el de Jerez se quedó a su merced. Bajó la virgen de Begoña a poner un cristal entre ambos porque el toro ni se inmutó. Milagro de inicio. Tras el tercio de varas, con el toro suelto y distraído, entró al quite "El Fandi" por navarras y replicó Padilla por faroles invertidos.

Estuvo animoso con las banderillas. El primero de poder a poder y el segundo, al sesgo, el mejor, clavando en la misma cara. Le dedicó el tercero a la familia Zúñiga, esposa e hijas, sentadas en la barrera -donde antes había colocado su capote de paseo porque, a veces, el toreo recupera estas tradiciones- pero erró en su ejecución y precisó de un cuarto par que tampoco mejoró mucho la historia. Su mansedumbre fue una losa imposible. Luego llegó el esperpento con los aceros. Tras una estocada atravesada el toro comenzó una tournée barbeando las tablas. Al echarse lo levantó el puntillero dejándole puesta la puntilla. Padilla hizo horas extra y lo intentó él con el toro en pie. Si lo hace a la primera queda novedoso pero barrenó en dantesca imagen que se llevó los pitos. Luego salió a desquitarse en el cuarto pero tampoco tuvo casta. Le dieron duro en varas y Padilla intentó lucirse por chicuelinas, pero nada. Cogieron los rehiletes los subalternos y ante los silbidos empleó la trampa de la valentía de mandarles retirarse. Ni con esas. Le fue imposible, pero Padilla dio una vuelta al ruedo jaleada, porque, a veces, el toreo es comprensivo.

El Fandi sorteó un toro muy abanto en primer lugar. Hasta cuatro vueltas se pegó el de Carmen Lorenzo por el platillo. En banderillas hubo buena ejecución, en la cara y sin ventajas. Muleteó con soltura, más por el pitón derecho, y hasta se templó por ese lado en varios compases. No tomó demasiado vuelo su labor ante la esquiva embestida del toro pero lo suficiente para otra oreja.

Tardo fue el quinto de "El Capea" y también abanto de salida con sus 590 kilos de peso. El mamotreto se movió y lo toreó de capa muy vistoso y variado, con tafalleras y cordobinas. Como toda la tarde con lopecinas, navarras y chicuelinas precedentes. No hubo lucimiento con los rehiletes, con la bandera de Granada, aunque sí aclamación popular. Y en la grada de sol gritaron "Viva la fiesta nacional", respondida con otro viva y una ovación porque, a veces, el toreo se pone reivindicativo.

Estuvo voluntarioso con la muleta y dejó algún derechazo suelto. Se tiró con todo, de verdad, a matar pero pinchó arriba. Luego de una estocada atravesada y descabello se quedó sin petición pese a los intentos de su peña, a quienes brindó el toro. No estaba de Dios.

Y eso que en la tarde, como en la fiesta, hubo de todo. Ambiente en los tendidos, mantones colgados por la balaustrada de las andanadas, sol, la inercia de una buena feria. Pero el día grande, con todo a favor, no pudo ser. Lo que no hay duda es que el toreo, siempre, es grandeza. Hasta volvió a su casa Carmen Moriyón que siguió el festejo desde el palco de autoridades. Nos vemos el año que viene.