Libertad, gasolina y salitre.

Caravia, un pueblo tranquilo, sumido en la paz que proporciona el entorno, acoge estos días el festival Motorbeach, una forma de hermanamiento entre surferos, moteros y aficionados al rock and roll. "Aquí hay una comunión perfecta entre todos: los que nos gustan las motos y los que cabalgan olas; luego hay un gusto común, que es la buena música", explica Enrique de Celis, motero que pasar unos días en el festival con amigos y familia.

"Hemos recorrido mil kilómetros para estar aquí, y la verdad que ha merecido la pena. Hay un ambiente fantástico, la gente es muy hospitalaria y ya nos hemos juntado con un montón de personas que no conocíamos y ahora ya son prácticamente colegas", resalta Víctor Márquez, proveniente de Alicante. En su grupo se incluyen amigos de Siria y Venezuela.

Precisamente, el hermanamiento cultural y el concepto de libertad están en boca de todos. "Es una auténtica maravilla. Tenemos a los niños cuidados por los monitores que habilita la organización, hay un ambiente inmejorable y además la temperatura, no muy calurosa, es la idónea", subraya Ión Estébanez.

Ayer, la mañana comenzó tranquila. Muchos aún dormían mientras otros empezaban a servir los primeros desayunos en el camping: café, tostadas, galletas... Los presentes devoraban todo lo necesario para volver a la actividad normal. Los moteros comenzaron a llegar a eso de las diez y media de la mañana. Para ellos, la ruta organizada por el festival era la cita principal del fin de semana. "Hemos venido sobre todo por las motos y no nos ha decepcionado para nada, aquí hay unos ejemplares increíbles", explica Fran Cabrera, quien acude al festival desde Córdoba con familia y amigos.

Tras la salida de los vehículos, el panorama volvió a tranquilizarse, pero no por mucho tiempo. Cientos de personas aglutinadas en las taquillas de la entrada comenzaron a recorrer el recinto del certamen. Poco a poco, los puestos de venta, ubicados en el entorno, empezaron a recibir sus primeros clientes. Ropa, motos, y hasta una barbería, se encontraron repletos de usuarios antes de alcanzar el mediodía. "Al entrar parece que hemos retrocedido a otros tiempos. Ver tanto puesto entre fardos de paja le aporta un encanto especial al festival, sobre todo las barberías", destaca Alberto Román Chávez, palentino que acude al Motorbeach por tercer año consecutivo.

Los surferos comenzaron a despertar del letargo a partir de la una de la tarde. A pesar de la climatología adversa para sus prácticas, no dudaron en aprovechar la cercanía de la playa. "Hemos estado surfeando en Bali y Sri Lanka, pero Asturias no tiene nada que envidiarles. El Principado es punto de encuentro de los surferos españoles y seguro que seguirá siéndolo", apunta Eliana Jordán, que entre ola y ola tuvo tiempo para contar anécdotas de ese mundillo. "Cuando estuvimos en Bali, mi compañero partió la tabla en dos y por apenas 30 euros se la arreglaron", relató.

La hora de comer se aproximaba, y en los camping aledaños comenzaban a preparar lo necesario. "He ido a una carnicería del pueblo y aquí estoy haciendo unas costillas en la parrilla que hemos traído", relata Jairo Barral, lucense que durante estos días disfruta de unos días en "la cresta de la ola", entre libertad, gasolina y salitre.