Bob Dylan cantó, años atrás, que los tiempos estaban cambiando. Era 1964, en pleno auge del movimiento hippie mientras los Estados Unidos incrementaban su presencia militar en Vietnam. Al ritmo del himno compuesto por Dylan, muchos intrépidos se lanzaron en busca de la esencia del sueño americano. Pero aquella corriente que parecía imparable acabó por frenarse y aunque los tiempos cambiaron, no lo hicieron como el cantautor había previsto. Ayer, se descubrió finalmente, pasados muchos años, que la esencia del sueño americano estaba en Caravia, en el Festival Motorbeach y se movía al ritmo del "Hey, ho, let's go" de los "Ramones", interpretado por Marky Ramone, uno de los pocos supervivientes del grupo.

La mañana estuvo marcada por el rugir de los motores de las Harley, Triumph, Bultaco... y por las barbacoas de mediodía. En los campings, la sobremesa se alargó hasta las cinco de la tarde. Los participantes animaban el ambiente gracias a los equipos de música instalados en sus furgonetas retro. El sol se resistía a aparecer entre el cielo nublado cuando el recinto del Motorbeach comenzó a cobrar vida.

En el óvalo, entre acordes de rock and roll, los motoristas más intrépidos desafiaban las leyes de la gravedad sin perecer en el intento. "Es un chute de adrenalina", señalaban los participantes. Una vez terminada la competición, los presentes no pudieron evitar verse seducidos por el aroma estridente de una pequeña carpa ubicada en la entrada. Allí Rafael Pascual, alias "El Reverendo", casaba a la fauna del festival al estilo Las Vegas. "Soy reverendo de la Iglesia de Elvis. Me ordené en Portland. Es un credo laxo, energía y tolerancia. Vi la luz", aseguraba Pascual.

"Fue un poco locura, está previsto que en el futuro nos casemos más veces. Al menos una vez iremos a Las Vegas", proclamaban los recién casados Raquel Almeida y Alejandro Mesa, en un enlace apadrinado por LA NUEVA ESPAÑA. La capilla echó el cierre a las ocho de la tarde después de doce uniones en el nombre del rey del rock.

En ese momento los asistentes se repartían entre el concierto del grupo "Sex Museum" y la improvisada capilla. Durante la actuación también hubo tiempo para desvaríos. Gorka Egia relataba: "Soy ladrón de bancos. Uso la técnica de la lanza térmica. Podríamos catalogarme de 'facilitador'. Estoy buscado por la Interpol". La priva comenzaba a hacer estragos, era tiempo para llenar el estómago en alguna de las variadas Food Trucks del festival. "He probado varias cosas de distintos restaurantes. La verdad es que están muy buenas todas, es una buena idea ofrecer servicios de este tipo para el público que acude", subrayaba la barcelonesa Angelina Puello, que degustaba con familiares y amigos un surtido de platos de las furgonetas de comida.

Llegadas las once, la turba enloquecida esperaba ansiosa la actuación de Marky Ramone. Estaba en boca de todos. A su llegada al backstage junto a toda la parafernalia que le rodea, el revuelo fue mayúsculo, sólo comparable al comienzo del espectáculo. Marky se lo tomó en serio desde el principio hasta el final, ofreciendo un show propio de otro tiempo, que alcanzó el nirvana con los acordes irreverentes del "Hey, ho, let's go", seguido de un largo bis que hizo las delicias de los presentes. La bandera de las barras y las estrellas ondeaba en Caravia desvelando la tan buscada esencia del sueño americano.