Los toros del Conde de Mayalde despertaron ilusión a su llegada a la plaza. No sólo por su trayectoria en El Bibio, también por las reatas de las que provenían los seis astados escogidos para la lidia y también por sus hechuras. Corrida de bella estampa y con seriedad en sus caras. Nadie quiso mentar entonces, cuando pasaron por báscula y por si las moscas, que quizás le sobraban kilos. El mal augurio se confirmó según fueron saliendo por chiqueros. Con más o menos virtudes, como la nobleza o incluso la humillación, todos compartieron falta de fuerza, raza y entrega en la muleta. Eso pirateó la primera de feria. Les faltó empuje en el último tercio y sólo con los arrimones de la terna se evitó el bostezo general en los tendidos. Del mismo modo que para poner en valor el amor deben existir las guerras, para paladear los triunfos en la tauromaquia hay que aguantar petardos.

Con todo y con eso salió un lote más manejable que el resto. Lo sorteó Juan José Padilla y le sirvió para pasear la única oreja de la tarde. Es más, hubiese abierto la Puerta Grande de no ser porque Ángel Junquera hizo valer su criterio desde el palco. El presidente debutante -gracias por todo y por tanto, Ismael- aguantó el chaparrón del público que pidió la oreja a Padilla en el primero del lote. Ni siquiera se amilanó Junquera con los jaleos de la cuadrilla de Padilla ni con el retraso intencionado de las mulillas para retirar al toro que abrió plaza se demoró más de la cuenta. La salida en hombros del "Ciclón de Jerez", que ayer fue menos ciclón que nunca, solo hubiese paliado el fiasco que presenció el público. Por cierto, media plaza, que supone el doble de lo que metió David Bisbal en su concierto, para que calibre a quien le corresponda hacerlo.

Una de las localidades del tendido estaba ocupada por la alcaldesa, Carmen Moriyón, en su abono de toda la vida. Estuvo acompañada en la plaza por Fernando Couto. Juntos guardaron el minuto de silencio que tras romper el paseíllo sirvió para recordar al doctor Obregón, fallecido repentinamente en el mes de julio, y que durante años perteneció al equipo médico de la plaza. Dura fue su pérdida, como la del matador Iván Fandiño, por quien también fue el minuto de silencio -en los palcos lució una pancarta recordándole-, y por mi admirado adversario en la crítica taurina durante varias temporadas de Begoña, el crítico y amigo José Luis Suárez Guanes. Esta mañana no sonará el teléfono como lo hacía en los últimos años, en que su salud le impidió asistir a una de las plazas de sus amores. Aunque por otro lado, salvo decirle que la banda de música -los pasodobles que tanto le gustaban- tocó en todos los toros inasequible al desaliento, poco más podría transmitirle al maestro Guanes al que era un lujo escuchar y leer. Hasta en las tardes más grises.

Padilla se mostró aseado con el recibo de capote al primero de la feria que pese a meter bien la cara en la tela manifestó pronto su flaqueza. Quitó por chicuelinas y una revolera después de que el toro metiese la cara abajo del peto del caballo de picar. Fueron muchos los capotazos en balde que recibió antes del numerito de las banderillas. Padilla dejó adelantarse a su cuadrilla para que, con las protestas del público, arrebatase los rehiletes con los colores de la bandera de Jerez de las manos de su mozo de espadas. Destacó el segundo, de dentro afuera y luego ya brindó al público. Le faltó clase al toro pero sirvió para que Padilla hilvanase varios muletazos de justa riqueza. Muy ceñidas fueron las manoletinas de cierre y efectiva la espada que hizo agitar los pañuelos.

El segundo de su lote fue más tosco y de corta embestida. Lo recibió con una larga cambiada de rodillas y declinó banderillear. Brindó el toro a un niño que estaba en el tendido, en brazos de su padre, y cuando recibió la montera de Padilla su cara de felicidad iluminó la plaza entera. Cosas que pasan en la Fiesta. Al ver la renqueante acometividad del toro, Padilla acortó distancias tras dos tandas por el pitón derecho. Faena encimista y colmada de desplantes, de frente y de espaldas. De rodillas. Su entrega, mermada ya con los años y el paso de las temporadas, pero entrega al fin y al cabo, sirvió para arrancar la única oreja de la tarde que, esta vez sí, se concedió. Luego le lanzaron una bandera pirata del tendido. Cuando los buenos siempre fueron los corsarios.

Sebastián Castella firmó los mejores pasajes de la tarde frente al primero de sus oponentes. Tras un buen inicio doblándose con el toro, muy templado como en toda esa lidia, dibujó dos tandas por el pitón derecho con calidad y su firmeza habitual. Fue lo que le duró al francés el toro de Mayalde, curiosamente "Afrancesado" de nombre. Ejecutó con belleza la suerte suprema, al natural, y dejó una estocada hasta la bola que, sin embargo, no hizo doblar al toro y debió hacer uso del verduguillo para atronar al toro. Ahí se esfumó la petición de oreja y luego, toro y torero, se repartieron las palmas del público. Tal como se lo cuento. Al quinto le costó desplazarse y en un momento Castella cambió de muleta cuando lo que debió cambiar fue el estoque simulado por el acero. Tras un desarme paró la música, Castella se volvió a poner en la cara del toro y cuando el director de banda volvió agitar la batuta el torero le mandó parar. Merci. Luego Castella no se dio más coba y abrevió.

Peor fortuna, todavía, tuvo López Simón. El precioso salinero que hizo tercero fue un quiero y no puedo. Desrazado y con poca fuerza pese a derribar al picador que guardaba puerta. Ante la mortecina embestida del sexto le tocaron hasta las palmas por abreviar.