Entre cogidas del toro bravo y caídas del caballo tiene 57 huesos rotos del cuerpo y cinco cornadas. Pero la afición a la tauromaquia del maestro Diego García de la Peña -rejoneador retirado, ganadero y especialista en películas del oeste de joven, en especial a Anthony Quinn- no conoce límites. "Aunque me hayan partido en dos, en los físico y en lo económico, y me hayan dado más palos que a una estera, los toros son mi religión", explica el maestro, católico declarado, que un año más, como viene haciendo desde 1985 tras retirarse de los ruedos, acude a la feria.

Lo hace por afición y también por familiaridad. Su mujer es medio extremeña medio asturiana. Diego García de la Peña pronto percibió la afición al caballo en Asturias. Desde el Hípico a los picaderos de la región. De ahí que viera lógico que se volviera a anunciar en El Bibio una corrida completa de rejones. "El rejoneo vive un momento francamente bueno, se ha logrado una técnica extraordinaria, caballos espectaculares de buenos e incluso se han logrado un tipo de toro extraordinario", asegura, dejando claro que ahora hay dos toreros a caballo por encima del resto: Diego Ventura y Leonardo Hernández, que hoy torean en El Bibio.

De joven aprovechó sus dotes a caballo, su curtimiento en el campo para el aluvión de producciones cinematográficas estadounidense que huyeron de Hollywood a España para abaratar costes. El "spaghetti western" pagaba muy bien por las caídas. "De aquella estaba estudiando y con lo que pagaban eras el rey del mundo", confiesa. De ahí que no desaprovechase ninguna oportunidad, aunque fuera para hacer las caídas del caballo o escenas de riesgo por Anthony Quinn. "Le doblé en un papel que era general de la revolución mexicana, me pusieron una peluca, uniformes con chatarreras y el medallero, a caballo sable en mano y combatiendo", recuerda entre risas.

Pero su pasión es el toreo a caballo. Un espectáculo que ahora disfruta como aficionado y percibe como distinto a lo que vivió como profesional. A él le tocó lidiar con los desechos que no querían los toreros de a pie. Lo peor de cada ganadería y de cada encasta. Hasta su padre le decía que para correr detrás de un caballo servía cualquier toro. "Antes teníamos peores caballos, toreábamos con lo que había y ahora son máquinas espectaculares, pero torean en el mismo sitio", sostiene. Lo fundamental, asegura, es que un caballo tenga buen físico, sea corto, de estatura media , reunido y con "coco". Niega que existan los caballos que toreen solos. Lo argumenta. "Si tú sueltas a un toro y a un caballo sólo en la plaza, si el toro está en la sombra el caballo se irá al sol y viceversa, se va a la otra punta por muy torero que sea el caballo, el que está arriba, montado, es el que manda", desvela.

Como buen aficionado, de voz segura y análisis certeros, mantiene en su cabeza los nombres que han ido haciendo grande su profesión. Antonio Cañero, Álvaro Domecq y Díez, todos los rejoneadores portugueses antiguos y Ángel Peralta, que profesionalizó el rejoneo. Luego cita a los portugueses Luceiro, Mestre Baptista, Nuncio y Lupi. De los españoles están Álvaro Domecq, Rafael Peralta, Moreno Pidal, Vidrié. De su época habla de Curro Bedoya, Joaquín Moreno Silva, Antonio Ignacio Vargas, etcétera. Joao Moura, mención aparte, escuela para los rejoenadores de hoy. "Hermoso de Mendoza no ha hecho nada que no hubiera hecho ya Moura", analiza, pensando ya en el espectáculo de esta tarde.