Siempre que el sol le gana la carrera a las nubes, un grupo de chavales de entre 13 y 15 años saltan desde el trampolín de sus casas a la calle para acercarse a uno de los lugares de la ciudad que más adrenalina concentra por litro de agua: la rampa de acceso al Puerto Deportivo. Bañador y toalla en mano, estos adolescentes huyen de la rutina de las playas para saltar al vacío, en una experiencia alejada del más clásico paseo por la orilla a la que los gijoneses están acostumbrados.

"Estamos cansados de la arena y la playa", indica una adolescente de nombre María Jesús, que, cada vez que puede, acude a la zona del Puerto -junto a la conocida como rampa de Motonáutica- para pasar un rato distinto con sus amigas en busca de un "chute de adrenalina", que en ninguna de las tres playas urbanas locales se consigue. La garantía de que siempre hay una buena profundidad de agua y la ausencia de rocas hace de este lugar el espacio perfecto para contrastar piruetas. Una actividad que, a pesar de estar prohibida en la zona, concentra cada tarde adolescentes muertos de risa. Piruetas semejantes pueden verse muchos días, con la marea conveniente, en la escalera 0 de San Lorenzo, conocida como La Cantábrica, más peligrosa por la cercanía de rocas.

"Esto para nosotros significa diversión", indica Nacho en un intento de excusarse por saltar al agua en el Puerto. "Al final siempre acaba viniendo la Policía Portuaria y nos echan de aquí", lamenta el joven, que puntualiza: "pero somos niños y solo queremos divertirnos".

"Aquí compartimos muy buenos momentos entre todos y no nos queremos ir", asegura María Jesús, que ve en la rampa del Puerto un punto de encuentro para disfrutar del verano con sus amigas, "hartas de la monotonía de playas a las que podemos acceder durante todo el año", afirma Arancha. Todos los jóvenes que ayer aprovecharon la buena tarde de agosto saben "que esto que hacemos está mal, pero no tenemos otros sitio así en toda la ciudad", cuentan los adolescentes Jonathan y Aaron. A pesar de las múltiples insistencias de la Policía Portuaria, por el riesgo que supone que se lancen al mar en zonas próximas al paso de barcos y donde no hay control de salvamento, estos jóvenes defienden su forma de pasar el tiempo y aseguran que "nuestros padres prefieren que estemos aquí a que empleemos las tardes en hacer otras cosas menos propias para nuestra edad", sostiene Jonathan.

La iniciativa de estos chavales, que ansían disponer de un trampolín natural a las aguas del Cantábrico que no esté perseguido por las autoridades, no deja de estar en sintonía con algún proyecto que llegó a plantearse ante las autoridades locales. Como aquella idea de habilitar una singular zona de piscinas en el mar, en una lámina frente a la Iglesia de San Pedro. Todo por tener un buen chapuzón.