En la película "Tiempos modernos", Charlot, el personaje interpretado por Charles Chaplin, se veía condenado a una vida de incomprensión por los avances tecnológicos y las nuevas costumbres de la sociedad industrial. Ayer, en los alrededores de la capilla de San Timoteo, punto caliente de las fiestas luarquesas, los remansos de la tradición más pura chocaron diametralmente con la realidad de la segunda década de siglo. "Ahora ya no es como toda la vida. Llegan hasta autobuses trayendo a chavales que organizan un macrobotellón", asegura Roberto Garrandés, de la Peña Ranón, que lleva desde 1991 acudiendo puntualmente a la cita con el santo más popular de la villa.

En esta comedia de tintes futuristas no podía faltar Lucas Dorado, el encargado de dirigir a la fanfarria El Felechu de Corvera, que ya a primera hora se metía en su papel habitual de Charlot. La historia de la fiesta de San Timoteo, pagana en sus orígenes y redirigida hacia lo eclesial, vivió en 2017 la curiosa circunstancia de mezclar ambas tendencias. Todo comenzó a eso de las 10 de la mañana. En la villa de Luarca no cabía un alfiler, la peña Suriellos y Garabatos se encargó de despertar a los que aún se habían resistido a despegarse de las sabanas. El ritmo de la charanga fue más bien lento, no en vano llegó con más de una hora de retraso a la misa prevista inicialmente para las doce y media.

Despacito, pero desafinando, "porque esto es una charanga, no una orquesta sinfónica", como dicen los miembros del grupo de animación, por fin se llegó a la pequeña y coqueta ermita. Los bastones se alzaron al cielo al ritmo del himno de la fiesta, también del de Asturias y hasta del "Cumpleaños feliz". Entre vítores de "Eo, eo, viva San Timoteo", dio comienzo el acto religioso, que se alargó durante más de media hora, para dar paso al plato fuerte del día.

El icono del santo salió a dar su paseo anual y veraniego, al sol de agosto, como marca la norma. Este fue el clímax de lo tradicional, la emoción se desbordaba entre los presentes. "Cada vez que veo los bastones en alto me acuerdo de estar en los hombros de mi padre viendo al santo. Me emociono", relata Francisco Javier Pérez, que en sus 28 años de existencia nunca ha faltado al festejo. Las nuevas generaciones también toman el testigo de Pérez. "Nuestra hija viene por primera vez, tiene tan solo nueve meses. Nosotros somos de Luarca, pero vivimos en Brasil y aún así no hemos faltado, yo empecé a venir sin haber cumplido el año", rememora Carlos García con su hija Lara en brazos.

Cuando la figura del santo volvió a su lugar de reposo habitual, fue el momento para lo que tradicionalmente era una espicha familiar. Mientras los habituales se situaban en la zona trasera de la capilla, los más jóvenes preferían la zona derecha, donde ubicaron decenas de cenadores, que fueron motivo de discordia. "Ha cambiado mucho con los años, antes nos tirábamos en los mantelinos en el suelo y ahora ponen esa modernidad de los cenadores. Molestan mucho para pasar y encontrar a la gente. Desvirtúa la fiesta", denuncia María José Fernández, "de los Fernández de toda la vida de Luarca", como recalca ella misma.

Lo cierto es que a la sombra de los cenadores las temperaturas se hacían más agradables, permitiendo agudizar el ingenio. Precisamente, en uno de estos emplazamientos se encontraba el avance tecnológico de la jornada. "Es un arcón congelador reconvertido en pipa de sidra. Metemos dentro el barril con botellas de agua congeladas alrededor y con un motor sacamos el chorro perfecto por el grifo. Esta es la sidra más fresca de todo San Timoteo", comenta Raquel castro, que junto a su hermana y un amplio grupo de amigas disfrutaba de una nutrida espicha.

Según pasaban las horas, empezaba a llegar más y más gente procedente de diversos puntos de Asturias, cargados con bebidas espirituosas de todo tipo para oficiar su particular versión pagana del festejo. Mientras tanto, los defensores de la tradición daban buena cuenta de tortillas, empanadas, bollos preñados, filetes empanados o embutidos, entre otros. "Somos de Madrid y Huesca, pero nuestra abuela es de aquí. Tengo 20 años y siempre he venido. Esto es comer y beber sin parar, fartura y borrachera continua", subraya Mario Rodríguez, mientras escancia un culín de sidra. En una fiesta marcada por los recuerdos y la adaptación, todos fueron felices a su manera, como seguro hubiera querido el "santo patrón", que cada año les da un motivo para la alegría a pesar de la modernidad de los tiempos que corren.