Ni los aplausos, ni los vítores, ni los ánimos que el público lanzó a Donato Álvarez, del restaurante ovetense La Cabana, fueron suficientes para que el empresario pasara de los 3.300 euros. Tampoco el precedente que acompañaba a su rival, Juan Carlos Rubio, que ha asegurado en más de una ocasión en el certamen que acudía "sin límite de precio" y que habría respaldado un juego sin apenas riesgo.

Una ligera confusión acompañó a la subasta desde el principio, ya que por el altavoz se anunciaron cuatro pujadores, pero finalmente en el estrado se colocaron sólo dos sillas: una para Álvarez (ausente en las últimas ediciones) y otra para Rubio, que finalmente se llevó la pieza por 3.300 euros. El año pasado pagó 11.000 y en 2015 (también por una pieza de la Ganadería Arangas) un precio similar al de ayer: 3.100 euros.

La puja comenzó en 1.000 euros y fue subiendo de 200 en 200 hasta llegar a los 3.000, momento en el que siguió avanzando de 100 en 100. El ovetense se plantó en los 3.200, justo antes de que Rubio subiera a los 3.300, un momento en el que comenzó una tensa espera llena de incertidumbre: durante un rato no se supo si Álvarez sonreía porque esperaba para levantar de nuevo su cartel o porque deseaba que el "speaker" diera la subasta por finalizada. Ni un gesto, ni una mueca, sólo miradas de incredulidad y expectación, y un público deseoso de una montaña rusa como la del año pasado pero más corta, eso sí, pues sobre el certamen planeó el recuerdo de las dos horas y media que duró la puja en 2016. Rubio, por el contrario, se repanchigó cómodamente en la silla, disfrutando del foco de atracción mediática que supone la subasta y esperando un gesto de su contrincante. Concluida la puja, el empresario de Salas declaró que el cabrales es un "producto muy bueno, pero está sin dar a conocer", una labor que piensa hacer en sus restaurantes mediante "una espicha" para degustar el "mejor cabrales del mundo".

Rubio lamentó la escasa presencia de otros empresarios en la subasta. "Aunque vengamos con cifras desproporcionadas, creo que lo importante es participar", apuntó antes de felicitar a la quesería ganadora. Andrea Fernández, su responsable, restó importancia al asunto del precio y afirmó que lo relevante es "que reconozcan el trabajo" de los queseros durante todo el año. En su caso lo han hecho, explicó, "igual que todos los años". El queso ganador maduró en la cueva de Teyedu, a 1.300 metros de altitud, "con mucha tranquilidad y reposo", y con una selección que empieza a los veinte días de estar elaborado. La empresa de Arangas tiene en la actualidad cuatro marcas que madura en tres cuevas diferentes y la joven no sabía, recién recibido el premio, a qué sabe la pieza elegida.

"Escogimos diez quesos y ninguno sabe igual. Los hay con sabor a setas, a petit suisse de plátano, a corteza... siempre pido que me den a probar", añadió.

El jurado valoró, además, la presentación de su lote, categoría en la que recibieron el segundo premio. El tercer mejor lote fue para la Quesería Maín, de Sotres, y el primero, para Valfríu, de Tielve, que repitió con el tercer mejor cabrales del mundo. El segundo puesto fue para Los Puertos, de Poo de Cabrales, y la primera posición, para la laureada Ganadería Arangas. Antes de conocerse el galardón, el puesto de Andrea Fernández ya estaba concurrido, pero, tras el anuncio, no daban abasto para atender a cuantos se interesaron por el queso ganador.

El cabrales ha consolidado su crecimiento en los últimos cinco años, con una producción que alcanzó los 500.000 kilos en 2016, por un valor económico de cinco millones, y "previsiblemente aumentará este año", apuntó ayer la consejera de Desarrollo Rural y Recursos Naturales, María Jesús Álvarez.