Lo primero que llama la atención del visitante avisado que descubre Noto es que su deslumbrante arquitectura sea producto del azar. Tanta belleza no puede ser el resultado de un accidente, dirá más de uno. Y, sin embargo, lo es. En enero de 1693 un terremoto que asoló la parte oriental de Sicilia destruyó Noto Antica. La ciudad medieval, fundada por los sículos en el siglo IX antes de Cristo, quedó totalmente reducida a escombros. Una excursión a la antigua villa, a 12 kilómetros de la actual, permite a cualquiera hacerse cargo del poder de la devastación.

Pero como dicen que no hay mal que por bien no venga, Noto resurgió de sus cenizas para convertirse en la joya del Barroco tardío siciliano por la exuberancia de su arquitectura. El historiador y crítico de arte sienés Cesare Brandi acertó al bautizar la majestuosa ciudad de los palacios y balcones como el más bello jardín de piedra de Italia. Háganse cargo también de lo que ello quiere decir tratándose del país que se trata.

Los arquitectos Vincenzo Sinatra y Rosario Gagliardi levantaron la nueva Noto a partir del diseño de una retícula cuadriculada, abriendo paso a un espacio ordenado por estratos sociales a lo largo de un eje principal y tres plazas que alternan conventos, palacios, iglesias y monasterios. Un área la dedicaron al poder religioso, otra a los nobles y la última al pueblo, que se agrupó en los llamados barrios populares.

Otras ciudades sicilianas es posible que cuenten con un patrimonio vinculado a nombres fastuosos. monumentos de una eternidad inviolable y sin igual, como es el caso de Palermo, pero ninguna de ellas, ni siquiera Catania, produce en el boquiabierto visitante un descubrimiento comparable al de Noto. Únicamente en el conjunto de Italia, Venecia, sola en su perpetuo andar a la deriva en el mar, invoca una realidad visual mayor que la de esta pequeña ciudad del sudeste de Sicilia, en continua levitación con respecto a la campiña que la rodea.

Uno deja tras de sí el aparcamiento, fuera del recinto urbano, y de repente se encuentra, como si se tratase de un viaje a través del tiempo, en un escenario que jamás podrá olvidar. A Noto se entra por un arco del triunfo ochocentista, la Puerta Real -construida para conmemorar la visita de Fernando II en 1838-, que podría ser el pariente rústico del parisino de L' Étoile, y se desemboca en una calle larga y recta que le sirvió al escritor Osbert Sitwell para hacerle comprender a sus compatriotas ingleses las dimensiones y la luz de la Sicilia meridional. La calle es el Corso Vittorio Emanuele III, y en ella están la catedral de San Nicolò y las iglesias de San Francesco, Santa Chiara, San Carlo Borromeo y San Domenico, con sus conventos. Y desde allí el visitante puede dirigirse a otras calles y plazas, sin parar de mover el cuello en una y otra dirección, exponiéndose a una torticolis. De fachada en fachada de toba, la vista se va deteniendo en los palacios, las casas, los balcones, etcétera. En la Via Cavour y en las vecinas se encuentran los palacios Nicolaci, Impellizeri y Astuto. En la estupenda Via Nicolaci, las ménsulas esculpidas en los balcones del palazzo es como si miraran al cielo mientras soportan el peso de tanta belleza.

El jardín de piedra de Italia fue declarado Patrimonio de la UNESCO junto con otras ciudades de Sicilia, Catania, Caltagirone, Militello, Módica, Palazzolo, Ragusa y Scicli, que forman el llamado Val di Noto.

En las afueras de Noto hay dos preciosos hotelitos para quedarse. Uno, Masseria degli Ulivi, en la salida de la autopista Siracusa-Gela, siguiendo la dirección de Palazzolo. Otro, Villa Favorita, en la carretera nacional Catania-Siracusa. Las habitaciones dobles no llegan a los 100 euros. Para comer, los restaurantes Meliora e Il Cantuccio son dos opciones en el casco barroco.