Lisboa es probablemente la ciudad que, a orillas de un río, mejor encarna el océano. El desaparecido poeta y traductor Ángel Crespo sugería, en estos tiempos en que resulta más difícil llegar por mar, acercarse al Cais de Alfandega embarcar en el cacilheiro y surcar las aguas del Tajo hasta a outra banda, sin volver la vista al Terreiro (Praça do Comércio), para después hacer la travesía a la inversa con la mirada ya al frente puesta en la ciudad que se va abriendo a los ojos del navegante. Entonces, ayudados por la hora y la luz, es posible sentir la nostalgia blanca de la espuma que decía Mary McCarthy en su Carta a Portugal.

Fernando Assis Pacheco escribió que si él fuese Dios detendría el sol sobre Lisboa. En una curiosa guía para el turista, hallada junto a otros veintitantos mil documentos en el baúl conservado durante décadas en la casa de su hermana, otro Fernando, Fernando Pessoa, se refirió al sol que anima con destellos dorados el azul resplandeciente del cielo contra el que surge con recortada precisión la ciudad vista desde la lejanía, «como una límpida visión de un sueño».

Para algunos turistas, Pessoa es, simplemente, un señor sentado bajo la lluvia en la terraza de A Brasileira, un bronce bombardeado inmisericordemente por las palomas y sin un trago que echarse al coleto, él que tanto trasegó por las tabernas lisboetas. Desde dentro del Café no cuesta nada imaginarse a Almada Negreiros envuelto en humo y anhelos futuristas. Fuera, enfrente de la terraza donde se encuentra Pessoa, está la escultura de Chiado, aquel fraile putero que escribía punzantes versos satíricos y jocosos epigramas.

El baúl que acompañó de por vida al escritor es el origen de la exposición Pessoa, plural como o universo, que la Fundación Gulbenkian tiene abierta hasta el 30 de abril en el museo del mismo nombre y que dispone de un espacio lleno de poemas, textos, documentos, fotografías y pinturas, donde se incluyen algunas rarezas como una copia de la primera edición de Mensagem, con una dedicatoria escrita por el poeta. Una sección de la muestra está dedicada a los cuatro heterónimos del autor: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro De Campos y Bernardo Soares.

La evocación prosigue en las calles de Lisboa. El territorio Pessoa más abarcable se encuentra en el ángulo citado del Chiado y en la Baixa pombalina, que constituye su universo en Libro del Desasosiego. Los escenarios que formaron parte de la rutina diaria del escritor, las oficinas en que trabajó, las numerosas casas donde vivió, los cafés, los restaurantes, y las tabernas en que bebió en compañía de otros lisbias. El Martinho, el citado A Brasileira del Chiado y el de Rossio, el Café Aurea Peninsular en la Rua do Arco do Bandeira, o el Café Restaurant Montanha en la esquina de la Rua da Assunção con Santa Justa, donde Pessoa y Mario de Sá-Carneiro, sentados a la mesa, corregían pruebas tipográficas para la revista Orpheu.

Pero no se puede hablar de Lisboa sin hacerlo de tranvía número 28. Su percurso representa la historia misma de la ciudad. Parte del cementerio de Prazeres, atraviesa Estrela y São Bento, sigue por Camões, bordea el Chiado, penetra en la Baixa, continúa por la Alfama hasta alcanzar la Sé y el Castelo, Santo Tomé, São Vicente, el barrio de Graça y la Rua da Palma, cuna de fadistas, y concluye en el largo de Martim Moniz. Su trayecto no se atiene a horarios y nunca dura lo mismo por los automóviles y el tránsito torpe de los turistas que lo abordan para subir al castillo.

El pasaje se nutre en muchas ocasiones de carteristas y aficionados al vídeo que quieren emular al cineasta Alain Tanner, que se empeñó en ver reflejadas las saudades portuguesas en el reloj del British Bar, del Cais do Sodré, marcando las horas en el sentido contrario, cuando para los parroquianos significaba una broma igual que otra cualquiera, como escribió el inolvidable José Cardoso Pires. Cerca, dando la vuelta a la esquina, se encontraba el viejo Hotel Bragança, en la Rua do Alecrim, 12, que un alcalde, Santana Lopes, confundió con el citado en la novela Os Maias, situado en la Rua Victor Cordon. Esa confusión llevó al Ayuntamiento lisboeta a adquirir en 2004 el edificio para albergar en él la Casa de Eça de Queirós. La novela que se sitúa en el viejo Bragança de Alecrim es posterior, de José Saramago, y se titula El año de la muerte de Ricardo Reis. Es el hotel con ventanas al Tajo en el que se aloja el heterónimo de Pessoa tras desembarcar recién llegado de Brasil en aquella Lisboa fría y empobrecida de 1935 que estrenaba dictadura.

Para subir o bajar a Graça, la única opción del número 28 es la rampa de Santo Tomé, que se convierte en el tramo más complicado de la línea por las curvas y la estrechez de la calle. El tranvía pasa a un palmo de los edificios y obliga, en ocasiones, al revisor a apearse para ver quién viene, quién desciende y quién asciende. A veces coinciden dos tranvías de frente y entonces la maniobra resulta todavía más peliaguda. Los conductores de los tranvías de Carris tienen ganado un lugar de honor en la historia del transporte público. El tranvía de Lisboa, de todos los medios de locomoción, es el único que acompaña el latido de los ciudadanos con una misma medida del tiempo y del paisaje.

En la Rua das Janelas Verdes, una de las calles más bonitas de Lisboa, está el Museo Nacional de Arte Antiguo, fundado en 1883 y situado en un hermoso palacio del siglo XVII donde residió Pombal. Se trata de uno de los espacios más acogedores de la bellísima capital. El museo cuenta con una maravillosa colección de arte oriental (porcelanas), obras de los maestros primitivos portugueses, de Van Dyck, Murillo y Zurbarán, además del cuadro de Bosch (El Bosco) La tentación de San Antonio. Algo que no hay que perderse en el Museo Nacional de Arte Antiguo es el enigmático políptico de San Vicente de Fora -Os Painéis- atribuido a Nuno Gonçalves, que muestra las figuras prominentes de la corte portuguesa contemporánea del autor.

El palacete dispone de restaurante, bar y unos preciosos jardines por donde pasear, meditar, tomar una copa de oporto y enfrascarse en las vistas del Tajo, el río de los descubrimientos. La escapada tiene como contrapunto la oportunidad de reservar alojamiento en uno de los dos estupendos hoteles en la misma calle, el Janelas Verdes o el York House. Y darse un paseo por el elegante barrio de Lapa, entre embajadas, bellas mansiones azulejadas, callejones, placitas y demás.