Dos sensaciones se producen al mismo tiempo cuando se entra en el bar Casa Chus, en Ablaneo, en la carretera de ascenso al Angliru: una, que por allí pasan muchos pero que muchos ciclistas (las paredes están plagadas de informaciones sobre la durísima prueba deportiva que ha dado a conocer en el mundo entero este enclave maravilloso de Asturias); otra, que la comida del día debe estar de mojar media barra de pan y seguir por el olorín a verdura con «condumio» que sale de la cocina. «Aquí tenemos menú diario. Hoy de segundo también hay chuleta de cerdo, y luego, postre», dice Ana Álvarez Álvarez, tras esbozar una sonrisa que regala, generosa, a todo cliente que se acerca al bar a tomar una pinta o a dejar algún recado para el vecindario.

Y es que Ana, además de ejercer de asturiana con su buena mano en los fogones y el orgullo que brilla en sus ojos cuando habla de Riosa y de su entorno, es una mujer cordial, con gran sentido del humor y con sabiduría a la hora de preparar junto a su madre, Marité, algunos platos tradicionales, de los que se lleva merecida fama su cabrito con sus patatinos y pimientos. Además, no falta tampoco un buen pote asturiano y, por supuesto, una fabada hecha a fuego lento y con mucho amor, sin olvidar el jabalí o el cordero, que en el caso de quererlo a la estaca hay que pedirlo por encargo. Pura tradición de esos entrañables bares asturianos de pueblo, de buen trato y comida con fundamento.

El gran premio -además del que reciben el paladar y el estómago- de ir hasta este bar en Ablaneo, al que se llega entrando en La Vega, en Riosa, por una desviación a la derecha que dice «Grandiella, L'Angliru», es la belleza de un paisaje que deja sin aliento.

Resulta difícil describir este espectáculo de la naturaleza asturiana, donde la sierra del Aramo se muestra generosa mientras la carretera que nos lleva, estrecha, con curvas y a veces con grandes pendientes, nos invita a subir más, un poco más, para girar la vista y devolvernos otra vez esa imagen de una Asturias real y no imaginada; valles, praos, cabañas dispersas, cimas donde aún no se ha ido la nieve, pueblinos diseminados, nubes casi al alcance de la mano y el sonido del aire, del silencio y de los anmales en ese ascenso a L'Angliru que ya es historia pura del ciclismo.

No sé si encontrarán la línea divisoria que separa los concejos de Quirós, al oeste, y Morcín y Riosa, al este. Tampoco importa. Para el alma, el alimento aquí son, por ejemplo, el pico Santiago, La Carba, El Furacu, Les Barroses, la braña La Fonfría, El Mosquil, el valle de los Brandales, la bocamina de Texeo o el manantial de Rogines, algunos, que no todos, de sus lugares emblemáticos. Antes o después, por eso de las agujetas y el azúcar, y si son de postre, chupito y café de pota, en Casa Chus, que ya lleva 30 años con su puerta de cuarterón abierta a los clientes, pueden «repostar» energía probando su brazo de gitana, la tarta de frixuelos o su «arroz con vino blanco». Curioso sabor en un bar con mayúsculas.