Es toda una galería de personajes la que presenta la retrospectiva que la Fundación Mapfre de Madrid dedica en la sala Azca hasta el 20 de mayo al gran fotógrafo alemán E. O. Hoppé bajo el título de «Hoppé: el estudio y la calle», última de una línea de exposiciones dedicadas a ese arte iniciada en 2008. Desde miembros de la realeza y la aristocracia hasta la gente más humilde, vagabundos, floristas, guardianes nocturnos, policías de servicio, pasando por políticos, estrellas de cine y de la danza, así como los más famosos escritores o artistas de su tiempo, fueron captados por el objetivo de su cámara.

Hoppé (Múnich 1878-Londres 1972) fue, como señala el comisario de la exposición, Philip Prodger, «el prototipo del fotógrafo de éxito» y es indudable su influencia sobre Cecil Beaton, de quien se sabe que lo estudió a fondo.

Pero fue al mismo tiempo acaso el fotógrafo que con más facilidad supo moverse no sólo entre los distintos estratos sociales, sino también entre razas y continentes: es famoso su «Book of fair women», traducido como «El libro de las bellas», que recogía una serie de retratos femeninos que ponían en tela de juicio el hasta entonces imperante canon de belleza occidental.

Con sus retratos de mujeres cubanas, haitianas y de otros lugares exóticos para un europeo de su tiempo, ese fotógrafo de la alta sociedad occidental pudo demostrar que podía haber más belleza en muchas de ellas que en las delicadas y elegantes facciones de una lady inglesa.

Lo que más distingue acaso el trabajo del fotógrafo alemán, que hizo a los 24 años de Londres su lugar de residencia, es el hecho de que se acercase a los personajes sin ideas preconcebidas, dispuesto siempre a descubrir su verdad más profunda.

En el estudio trabajaba lentamente y trataba de lograr un clima de complicidad y de mutua confianza antes de disparar, y el resultado es siempre un retrato en el que la belleza formal es siempre algo accesorio frente al perfil psicológico, que era lo único que le interesaba. De ahí la importancia que da siempre a la mirada, incluso en la serie titulada «Los tipos», dedicada a personas anónimas en las que Hoppé trató de captar el estereotipo de un grupo social determinado, un poco como lo que hizo su compatriota August Sander.

A diferencia de este último, sin embargo, que mostraba a sus fotografiados casi siempre de cuerpo entero, los retratos de esa serie de Hoppé se circunscriben a las cabezas o al busto, lo que les confiere una especial intensidad.

Junto a retratos que podríamos calificar de «icónicos» de personajes como los poetas Ezra Pound y Rabindanath Tagore, el escultor Jacob Epstein, el pintor William Nicholson, la artista gráfica alemana Käthe Kollwitz, el político fascista italiano Mussolini, el cineasta alemán Fritz Lang o artistas de la pantalla como Anna May Wong o Lillian Gish o Brigitte Helm, encontramos imágenes igualmente inolvidables de personas de la calle. Se trata de imágenes que publicó en la revista «Weekly Illustrated» entre 1928 y 1937 y que reflejan ese londres cosmopolita y multicultural que tanto atrae al resto de los europeos: utilizando en un primer momento una Kodak Brownie escondida en una bolsa de papel y más tarde una ligera Leica, Hoppé supo captar con sentido del humor lo excéntrico e incluso lo grotesco de muchas situaciones.

Amigo del dramaturgo irlandés George Bernard Shaw, a quien también retrató en varias ocasiones y cuyo socialismo fabiano ejerció una gran influencia sobre él, Hoppé muestra en muchas de esas imágenes una enorme simpatía hacia la gente corriente, la gente en el otro extremo de una sociedad de clases como era en su día y sigue siendo todavía la británica.