Como buen cabraliego Juan Campillo Campillo siempre llamó por su nombre al Picu Urriellu, aunque el ingeniero y geólogo alemán Guillermo Schulz lo bautizase, en 1855, como Naranjo de Bulnes. Nació en Camarmeña y en Camarmeña se quedó. Hijo menor de tres hermanos varones, le tocó, dice con fina ironía, aprender a cocinar. «¡Qué remedio me quedaba si me pasaba solo todo el verano en el puertu de Hondón!», dice. El que su madre, Leoncia, siempre ponderase su buena mano en los fogones (además de una tía suya que afirmaba que Juan Campillo hacía un flan para chuparse los dedos) tal vez le animó, tras unos años de duro trabajo como ganadero y elaborador de queso, a hacerse cargo del bar La Fuentina, ubicado sobre una atalaya única en Camarmeña, teniendo frente por frente al mismísimo Urriellu, y a los lados, como quien no quiere la cosa, la Peña Maín, el murallón de Amuesa, el Picu Arisco y el Cuetu Vierru. ¿Dónde saciar mejor este hambre de montaña?

Para llegar hasta este rincón y disfrutar tanto de los buenos platos de Juan como del entorno que rodea el bar hay que llegar hasta Arenas de Cabrales y, antes de entrar en el pueblo, girar a la derecha hacia Camarmeña y la Ruta del Cares. Tras apenas 8 kilómetros ya de estrecha y preciosa carretera, se llega finalmente a donde se inician tanto la ruta de subida a Bulnes como la Ruta del Cares, en Puente Poncebos. Un poco más adelante de donde están varios establecimientos hosteleros, surge una carretera a la derecha cuyo indicador reza «Camarmeña».

Bueno es avisar a quien no conozca este acceso y a los que temen las curvas, la estrechez y la altura, que ésta es un buen ejemplo de 4 kilómetros de carretera de montaña. La primera vez puede impresionar y de hecho lo hace, pero yendo con prudencia y tranquilidad no hay cabra que no se levante del calorín del asfalto con un par de golpes de claxon, pues es habitual verlas campando por la zona. Arriba hay poco espacio para aparcar. Todo ello no es nada cuando comprobamos que la recompensa es merecida: un pueblo cabraliego pequeñín y precioso que se estira hasta el cielo y que tiene en una de sus esquinas, asomado al Picu Urriellu, el bar La Fuentina, con 25 plazas en el exterior y 45 en el interior del local.

Todo un privilegio comer en su terraza viendo cómo la niebla, las nubes, el sol van cambiando infinitamente los perfiles de este pico asturiano. «La gente alucina con la vista», afirma Juan Campillo mientras pone sobre la mesa algunas de sus especialidades: solomillo al cabrales o, si prefiere, un buen cabrito con patatines, pote asturiano, fabada, unas setas al cabrales, callos caseros, codillo o tortos con huevos, patatas y picadillo, todo hecho con materia prima de casa. De postre, nada mejor que saborear su arroz con leche o su famosa tarta de queso viendo cómo el paso de un avión deja una estela blanca y brillante sobre el Urriellu. Eso sí, no hay canapés. ¡No se puede tener todo!

Solomillo con patatas, pimientos y salsa de queso cabrales. | ana paz paredes