El tópico afirma que la música amansa a las fieras. Y la leyenda relata que Tomás Postigo, enólogo de larga trayectoria, recurre a ella en bodega para domar la ferocidad de las uvas más agrestes de los viñedos de las Riberas del Duero. Y hay que decir que lo ha logrado con su tinto Tomás Postigo 2010.

La música es siempre una buena consejera, pero el arte del vino necesita de otras sabidurías. Y Tomás Postigo atesora muchas, lo demostró durante las tres últimas décadas de trayectoria profesional ligada a la enología y la Ribera de Duero. Vuelve ahora con su propio proyecto desde Peñafiel, la tierra donde empezó su andadura profesional, lo hizo en Protos, bodega de la que fue director técnico hasta 1988, para dar el paso a Pago de Carraovejas. La historia del ribera del Duero no se entendería sin enólogos con la imaginación y sensatez demostrada por Tomás Postigo. Él fue uno de los responsables de la consolidación de la denominación de origen con los riberas arriesgados y refinados, que mantuvieron su lealtad a la esencia del vino castellano.

Ahora Tomás Postigo lo ha querido hacer con su nombre propio. Es su consagración. Y lo ha hecho, tras unas experiencias previas con un rueda verdejo. Con tempranillo al 85 por ciento, armonizado con un 10 por ciento de merlot y un 5 por ciento de cabernet sauvignon, Postigo ha puesto en el mercado 100.000 botellas de un vino soberbio, en el que se aprecian la rigurosa selección de la mejor uva y la fermentación en roble y en depósito.

Se trata de un vino de capa muy alta, con un rojo cereza intenso, con reflejos violáceo y abundante lágrima. En boca muestra toda la intensidad frutal, con recuerdos de frutas del bosque, compota, regaliz, tabaco, avellana y caramelo. Este Tomás Postigo 2010 es un compañero excelente para los almuerzos otoñales de este recién estrenado noviembre, para compartir mesa con un cabrito guisado, un ragú de setas o la mejor caza que llega de nuestros montes astures. A disfrutar.