La llamada "cocina kilómetro 0", aquella que se elabora fundamentalmente con alimentos comprados directamente a los productores, gana cada vez más adeptos. Para muestra, el creciente número de personas que opta por la venta directa de carne, huevos, verduras y otros productos en los que el cliente (personas y pequeños comercios) busca calidad y autenticidad.

Es lo que hace, por ejemplo, Loli Sariego. "No hay color", sentencia esta piloñesa a la hora de hablar de la diferencia entre los huevos del supermercado y los que ponen a diario sus gallinas. Sariego decidió hace un año adquirir trece de estas aves y, de paso, sacar unos eurillos que le permitiesen al menos cubrir con los gastos de mantenimiento de las mismas. Una decisión que, asegura, no pudo ser la más acertada, pues dice contar con unos huevos de primera calidad que están muy demandados.

A pesar de vivir en un entorno rural, son muchas las personas que bien por motivos de trabajo o por la no disponibilidad de terrenos no pueden tener sus propias gallinas y deciden comprar los huevos de Loli Sariego. "Saco alrededor de una docena diaria y cuando reúno suficientes los vendo", sostiene. En cuanto al precio, considera que en el caso de los huevos caseros es algo en lo que los compradores apenas escatiman. "Se paga entre 2,5 o 3 euros normalmente la docena; y aunque es un precio mucho más alto que el de los comprados en la tienda, el cliente sabe que este manjar no tiene precio", indica con humor. ¿El secreto? Una buena alimentación. "Maíz, trigo, algo de pasto y mucho cariño es lo que precisan las pitas", afirma mientras pasea entre las gallinas y éstas la siguen como si fuera su madre.

Otro de los productos muy demandados son los pitos de caleya. Dicen quienes los prueban que su sabor no tiene nada que ver con los de los pollos de granjas industriales y, al igual que ocurre con los huevos, sus precios pueden dispararse sin ver mermada su demanda. "Tengo pollos cuyo precio de mercado supera los 50 euros", indica Tino Medina en su hacienda de Cardes, donde posee pitos de caleya de distintas razas. "Los más vendidos son los roxos. Algunos bajan el precio a 30 o 40 euros para dar salida a toda su producción, sobre todo, en Navidad", indica Medina, que se muestra defensor a ultranza de la cría de los animales con productos naturales.

En Sestiello, Grado, no imaginaba el ganadero Santiago García que las cinco cabras que compró para optimizar sus pastos se convertirían en parte de su renta. La venta directa en su explotación de cabritos, potros y huevos camperos ha diversificado la profesión del joven moscón. "No tenía pensado que su función tuviese un fin económico, pero al final se saca algo", afirma.

Sus clientes son vecinos de Grado y concejos limítrofes que saben que Santiago García despacha en casa. Comenzó con los huevos frescos, de los que vende dos docenas al día. Y siguió con los cabritos. Los compradores llegan a la ganadería de García y eligen una cría, aunque por la ternura que desprenden "mucha gente no quiere ni verlos", detalla con humor.

Los cabritos van al matadero con seis meses, bajo pedido, por un coste de 30 euros. El joven ganadero y estudiante de Ingeniería Forestal asegura que la demanda es superior a lo que puede abarcar porque Grado y comarca "es una zona de pocas cabras". Los cabritos tienen un precio de 10 a 12 euros por kilo.

Después de los cabritos se animó a criar potros. Apunta que Asturias siempre ha sido tradicionalmente una región productora de estos animales, pero que rara vez se consumía su carne. "Todo iba para Francia e Italia", detalla. Pero ahora, "será por la crisis", la gente cada vez demanda más carne de potro: "Es más barata y, además, es más sana que ninguna". Cada res en canal cuesta alrededor de 600 euros, más los 180 euros del matadero: "Con esa inversión llenas el arcón de casa". Santiago García considera que la venta directa en las ganaderías es algo que siempre se hizo en la región porque se vende "calidad, que es lo que menos cuesta, porque es lo que tenemos aquí". Una actividad complementaria a su explotación de vacuno que suma en las cuentas generales de este joven ganadero.

En Sama de Langreo los chorizos, el picadillo y los callos "del cura" han adquirido una gran fama por su elaboración artesanal. Una denominación que se refiere a los productos de la carnicería del mismo nombre, un emblemático establecimiento que regenta en la actualidad Javier Cepedal, pero cuya historia se remonta varias décadas atrás. "Yo lo cogí hace ahora un año. El que lo tenía antes de mí estuvo 32 años, y antes de él lo llevaba un señor que era hermano del cura de Sama. Por eso la gente empezó a hablar de los productos "del cura", y quedó el nombre. Como era una carnicería con gran tradición, lo mantuve", explica Cepedal.

La inclinación por elaborar productos propios, en todo caso, le viene a Javier Cepedal de su propia experiencia vital. Natural de Pampiedra, este joven carnicero, con 14 años en el oficio, se crio con productos naturales: "En casa de mi abuelo siempre se hizo la matanza, y a él le llamaban otras familias para que fuera a ayudarlas, porque sabía adobar la carne. Por eso a mí me gustan los productos naturales, y, aunque no es lo mismo un gochu criado en casa que uno que compras en el matadero, sí que tomamos las mismas medidas y los trabajamos igual que a mí me enseñaron de pequeño", explica.

Pese a que junto a estos productos naturales en la carnicería también comercializa otros de elaboración industrial, Cepedal trata también de sustituirlos por otros sin aditivos artificiales. "El pan rallado que utilizamos es de maíz, que es cuatro veces más caro que el corriente, pero que también es más natural y no tiene gluten. Y también trabajamos con una casa que elabora chorizos en Logroño sin gluten y con un proceso tradicional", explica.

Lejos de ser una desventaja, esta inclinación por lo natural es para el carnicero langreano una oportunidad para competir con negocios más grandes y con cadenas de alimentación: "Tratamos de que los clientes recuperen aquel sabor de la matanza, de los productos naturales. Y, además, entiendo que es una cuestión de responsabilidad, ya que estos productos los consumen críos, personas alérgicas... Cuando les vendo estos chorizos o esta carne sé que les estoy dando un producto bueno, cien por cien natural y sin aditivos".

Y de la carne a la verdura. El carreñense Francisco Félix Peris cultiva desde hace nueve años en su finca de Coyanca (Perlora) todo tipo de hortalizas. En sus invernaderos cultiva lechugas, berzas, repollos, tomates y calabacines que cautivan a los comerciantes locales, según dice, por su frescura. "Yo corto las lechugas el mismo día que las vendo; un mayorista lo puede hacer dos o tres días antes y cuando llega al supermercado ya ha pasado una semana", señala. Además, en su caso, compra la semilla en vez de la planta con el objetivo de tener controlado todo el proceso. "Muchas veces no sabes de dónde viene la planta o qué abonos se han utilizado. Así que yo prefiero comprar una semilla buena y controlar su crecimiento desde el principio", expresa.

Pero ese cuidado se traduce en un precio más elevado, que las tiendas deben pagar si quieren ofrecer frescura a sus clientes. "Son algo más caras, pero les compensa. Porque yo en la recolecta voy eligiendo las verduras que están bien y apartando las que están mal", afirma Félix Peris, que asegura también que esta práctica de venta directa de productos de la huerta a los comercios sin intermediarios es cada vez más frecuente y demandada por los clientes. Prueba de ello es que este candasín se dedica exclusivamente a ello.

Dice que más que un trabajo es un estilo de vida, ya que la huerta es esclava y requiere una dedicación diaria; no hay días de descanso. Asimismo, el sector, indica Félix, ha bajado a causa de la crisis, por lo que los agricultores tienen que hacer frente a las bajadas de consumo apostando por la variedad de productos. "Antes a lo mejor con dos invernaderos ya vivías, pero ahora no; hay que tener un poco de todo", sostiene.

Una situación parecida vive José Antonio Capa, responsable de la Huerta de Luanco, en Santa Eulalia de Nembro (Gozón). Asegura que hoy en día hay que abrirse a nuevos públicos para conseguir vender lo de antes. Es por ello por lo que no sólo distribuye sus productos -principalmente hortalizas- a supermercados, tiendas y restaurantes del concejo y alrededores, sino también de forma directa a particulares en su explotación o tienda on-line. Como novedad, en su página web ofrece paquetes variados de tomates, ensaladas asturianas, verduras y hortalizas que distribuye directamente por las casas de Gijón, Avilés, Oviedo, Carreño, Llanera, Corvera, Las Regueras, Noreña, Siero, Muros de Nalón, Soto del Barco, Illas y el propio Gozón. De esta forma, los consumidores ganan en precio, además de en calidad.

Asimismo, José Antonio Capa intenta hacerse un hueco en las redes sociales, aunque el empresario reconoce que acceder a los grupos de población que puedan estar interesados en sus productos es difícil, en especial, en invierno, que es cuando baja el consumo de manera exponencial.

"El setenta por ciento de las ventas se concentra de abril a septiembre", puntualiza Capa, que puede llegar a vender al año unas 30.000 docenas de lechugas, su producto estrella. Como tantas otras empresas, la suya entra dentro de lo que se conoce en la actualidad como productos de proximidad o "kilómetro 0" -no deben estar cultivados o elaborados en un radio de distancia de más de cien kilómetros entre el productor y el consumidor-. Según opina José Antonio Capa, la situación económica los ha obligado a sumarse a esta tendencia: "No tenemos otra opción; el coste del viaje es muy caro, por lo que siempre estás buscando llevar la caja de alimentos a un sitio cercano". Ello, en cambio, se traduce en beneficios para los consumidores, que tienen la garantía de que el producto que se llevan a la boca es del día y de alta calidad.