Un entretenimiento insospechado en Roma es descubrir el placer de la lentitud delante de la fuente de las tortugas, en la Piazza Mattei. Huyendo del tráfago del Ghetto, antes de zambullirse en el caos de la Via Arenula, se encuentra el pequeño y precioso monumento del que les hablo, en una plaza tranquila, que invita a la meditación y al sosiego.

Roma está llena de islas que le permiten a uno protegerse del ruido urbano, pero ninguna es comparable a ésta la de Mattei, en la que las tortugas y el murmullo alegre del agua obligan a detenerse antes de proseguir el camino.

La complicidad de las cuatro tortuguitas de bronce, cuyo diseño se atribuye al gran Bernini casi un siglo después de la construcción de la fuente, en 1658, es evidente. El destino de las tortugas fue siempre algo esquivo: se robaron varias veces para volver otras tantas al mismo lugar hasta que en 1981, tras el enésimo saqueo, esa vez de una de ellas, se decidió reemplazar las tortugas por copias fidedignas. Las tres originales que sobrevivieron se encuentran desde entonces en los Museos Capitolinos.

Según se viene del barrio judío, haciendo esquina, hay un pequeño bar, con tres o cuatro sillas fuera donde sentarse, y una mesita por si el paseante quiere darse a la contemplación de las tortugas tomando un campari soda o cualquier otro refresco. Suya, de la fuente de la Piazza Mattei, es la presencia y la quietud, paseando alrededor, admirando la leve caída del chorro y, al mismo tiempo, una forma de belleza que ha perdurado durante los últimos cuatro siglos.

La fuente consiste en una bañera cuadrada con cuatro conchas en mármol de Portasanta y un cuenco con unas cabezas de querubines de las cuales brota el hilo que cae en la bañera. Se completa con cuatro efebos que se apoyan en unos delfines de los que mana agua directamente a las conchas. Diseñada por Giacomo della Porta y originalmente sin las tortugas, se acabó de construir en 1588 por orden del acaudalado Muzio Mattei en la placita donde se encontraban los dos palacios de la familia, obra de Maderno. El duque presionó a las autoridades para que no la construyesen en la vecina Piazza Giudea, donde estaba previsto hacerlo inicialmente para abastecer las necesidades del mercado.

Cuenta la leyenda, presumiblemente falsa, que el duque Mattei hizo construir la fuente en un sólo día para impresionar a su suegro, algo que contrasta con la calma que se percibe al verla. De acuerdo con esa misma historia entre el mito y la realidad, Mattei, aficionado a los juegos de azar, había perdido una buena parte de su patrimonio y el padre de su entonces prometida le negaba por ese motivo la mano de su hija. El duque quiso demostrarle que, pese a todo, él era un gran señor. De manera que hizo levantar la fuente en un tiempo récord y al día siguiente invitó a su suegro y a su amada a asomarse a la ventana para admirar el trabajo terminado. Frente al asombro de ambos, les dijo: "Este es el tipo de cosas que Mattei puede hacer sin un céntimo", a lo que siguió la confirmación del matrimonio. El duque decidió entonces cegar la ventana, desde la que nadie pudo ya asomarse.