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La guía secreta de Asturias

Los pájaros habitan Obona

El monasterio de Santa María la Real, paso obligado de quien peregrina a Santiago por Tineo, es una joya arquitectónica que sufre hace años un doloroso y pertinaz deterioro

Los pájaros habitan Obona

Los días con sol de invierno, quizá por su escasez, hacen que los caminos y el paisaje que visitamos se nos vuelvan un poco más únicos y más intensos. Frío en el rostro y sol haciendo fruncir el entrecejo a quien lo mira de frente, con la mano formando una visera sobre los ojos, buscando ese instante especial que llevarse a la memoria.

Todo eso sucede cuando se llega hasta el pueblo de Obona, u Oubona como sus vecinos lo llaman, en el concejo de Tineo, con el objeto de visitar uno de los cenobios más importantes en el Camino Primitivo hacia Santiago, el monasterio de Santa María la Real, que visto por primera vez en la distancia, antes de bajar por el caminín que hasta él conduce, seduce inmediatamente al viajero. Desde abajo parece que invita, sin querer, a conocerlo y a descubrir al mismo tiempo que tanta grandeza no puede luchar sola contra un deterioro cada vez mayor y más cruel, una mala vejez que duele a su vez a quienes desde las ventanas de las casas de este pueblo tinetense y desde hace ya demasiados años observan cómo la naturaleza es la única compañera de estas piedras y sus rincones, muchos habitados por pájaros que animados por el sol de invierno se hacen notar cantando de rama en rama e invitando a escucharlos en silencio, un silencio casi obligado y respetuoso, como si por un momento allí se hubiera detenido el tiempo. Porque Obona tiene algo inexplicable que se percibe. Transmite paz, ralentiza las emociones, seduce sutilmente a quien ama la historia y la tierra que pisa, sea de donde sea o vaya peregrinando hacia Santiago.

Y es que, a pesar de la sensación que causa descubrir que el tiempo y el olvido no tienen piedad con estas piedras, es éste un lugar increíblemente bello y, sin duda, espiritual. La historia de este monasterio está bien relatada a la entrada del mismo en un cartel donde, entre otras cosas, se informa que fue fundado "según un discutido documento original desaparecido, por el príncipe Adelgaster (hijo bastardo del rey Silo) y su mujer doña Brunilde en el siglo VIII". Los estudiosos señalan a su vez que sobre este primigenio se construyó en el siglo XIII este cenobio benedictino. El conjunto está formado por la iglesia y las dependencias monacales. En la iglesia uno de sus grandes tesoros es el Cristo crucificado románico del siglo XII. En el siglo XVIII se construyó un nuevo monasterio, manteniendo sólo en pie la iglesia románica. La obra quedó sin terminar y con ello el claustro que sustituye al anterior románico. La entrada al mismo se hace bajo dos arcos dominados por el escudo real de Castilla y León y una hornacina con la imagen de San Benito.

Señalar también que en el campo, frente la iglesia, se tiene constancia de que existió una bolera. Los que además de conocer el exterior quieran ver la iglesia deben pedir la llave en alguna de las dos tiendas del pueblo.

Quien decida adentrarse en este lugar es bueno que sepa, mientras por él camina, que fue un centro cultural muy importante donde los monjes, además de perfeccionar las técnicas agrícolas y ganaderas, también impartieron clases de Latín, Filosofía y Teología. De hecho, aquí se halló la referencia más antigua a la sidra en un documento donde constaba que los siervos debían recibir "sicere si potest ese" (sidra si fuera posible). Fue también destino importante -y lo sigue siendo hoy en día- en la Ruta Jacobea, por ser paso obligado de los peregrinos que van a Santiago, así instituido por el rey Alfonso IX.

Los monjes estuvieron allí hasta 1839. Hoy, 178 años después, sólo lo habitan los pájaros y el aire que pasa entre las estancias vacías.

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