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Comidas y bebidas

Ribera del Duero: terroir, tempranillo y Teresa

Ribera del Duero: terroir, tempranillo y Teresa

Tres "tés" en la etiqueta de una botella de Tarsus, el château de la Ribera del Duero que rememora la cuna del vino en la antigua Cilicia, Asia Menor, significan terroir, tempranillo y Teresa Rodríguez, enóloga y autora del último lanzamiento de la bodega de Anguix (Burgos), fruto de la cuidadosa selección de la uva de tres parcelas consideradas excelentes en uno de los mejores suelos de la denominación de origen castellana.

El resultado es Tarsus T3rno 2014, una serie limitada de 4.000 botellas de vino, variedad tempranillo, criado 16 meses en barrica de roble francés. Su vida se presume larga pero ello no quiere decir que beberlo hoy mismo suponga perder la gran oportunidad de disfrutarlo mañana otro día. Hoy, sin ir más lejos, ya se puede gozar con él. Sedoso, de lágrima densa, como expresa la nota de cata de la bodega, se trata efectivamente de un vino de gran fortaleza, carnoso, rotundo y largo hasta el punto que su sabor permanece un rato llamando a la puerta de los sentidos una vez que se ha probado. Pensado para el segmento premium, la única pega es no resultar asequible para todos los bolsillos. Su precio son 39 euros la botella.

Teresa Rodríguez Escribano (Madrid, 1963) pertenece desde hace un tiempo al grupo más selecto de enólogas de este país. Empezó como analista de laboratorio en la Estación Enológica de Castilla y León en 1990 y desde 1997 es enóloga y responsable de producción de Bodegas Tarsus, un trabajo que alterna con el de Bodegas Aura (Rueda), como la primera perteneciente al Grupo Domecq Bodegas-Pernod Ricard. Posiblemente esa relación con la forma jerezana la ha llevado en manifestar en más de una ocasión su predilección por los vinos generosos.

La número uno azul. La ginebra la inventaron los holandeses y llegó a Inglaterra gracias a unas tropas ebrias y rendidas, que primero se habían enamorado de ella. Con más de quince años de experiencia al servicio de los secretos del mundo líquido, fue Robert Dudley, primer conde de Leicester, quien indirectamente introdujo la bebida.

Ferviente protestante, encabezó la expedición militar a los Países Bajos coincidiendo con que los holandeses que se habían rebelado en 1585 contra el dominio de la Casa de Austria. Cualquiera podría decir que falló como comandante militar mientras los hombres a su mando se estrellaban contra la poderosísima Armada española o desertaban. Sin embargo, los borrachos ingleses le estarán agradecidos de por vida porque de haber resultado un éxito la guerra probablemente jamás habrían conocido la jenever, que llegó a las Islas en cantidades industriales y nadando en toneles. Años más tarde, en el siguiente siglo, durante el conflicto bélico de los Treinta Años, las tropas inglesas ya no huían cargadas con la ginebra, simplemente la bebían y regresaban con mayores bríos al combate. El licor obtendría enseguida un sobrenombre apropiado para sus virtudes combativas: "coraje holandés".

Pero más allá de la épica que acompaña su historia, si algo especial tiene la ginebra con respecto a otras bebidas alcohólicas es la facilidad con que mezcla. Un ejemplo es The London Nº1, que además ha estrenado no hace mucho un nuevo diseño de botella, acorde con su elegancia. La London dry azul, característica por su equilibrio botánico, es perfecta para combinar con la tónica.

Robuchon en Bangkok. L'Atelier Joël Robuchon, en Bangkok, Tailandia, ha logrado situarse en el puesto 40 entre los 50 mejores restaurantes de Asia para la publicación británica "Restaurant". No pasaría de ser una anécdota por estas latitudes si no fuera porque de la bodega de L'Atelier tailandés se ocupa el sumiller avilesino Jordán Cortés, que primero trabajó en la sede de Londres del grupo que dirige el legendario chef francés. Jordán se encontraba el miércoles pasado en un bar italiano probando vinos orgánicos, bio, etcétera, y un chardonnay chino. "Bueno" -dijo- "me quedo con los que se elaboran en el Friuli con maceración y sus pieles". Son la penúltima tendencia.

Humor islandés. Gudni Johannesson , presidente islandés, declaró no hace mucho que estaría dispuesto a prohibir la pizza hawaiana después de visitar un colegio y de que uno de los alumnos le preguntara qué pensaba de las pizzas con piña. Como en vez de la noticia se impone la tonticia, las declaraciones dieron la vuelta a Islandia, algo que no resulta difícil, y trascendieron a otros lugares a través de las redes sociales. El caso es que Johannesson se veía acto seguido obligado a asegurar que se trataba simplemente de una broma, que él, naturalmente, no tiene el poder de hacer leyes que prohiban a la gente poner piña en su pizza. Y aprovechó, además, la ocasión para señalar qué se encontraba feliz por no detentarlo. "Los presidentes no deben tener un poder ilimitado", recalcó para agregar a continuación que a él la pizza le gustaba con marisco. A mi juicio no deberían existir la una ni la otra. ¿Piña en una pizza? Anchoa, queso, tomate y orégano, ¿no les parece? ¿Champiñones?, bueno...

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