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Aburrida sordidez

Bajo la cáscara de su solvencia técnica, "Nieve negra" ofrece un relato premioso, exasperante

No hay mucho a lo que agarrarse en la película de Martín Hodara, enamorada de su circunspección y que lo fía todo al enclave en que sucede (la Patagonia: acaba uno harto de cómo sobreutiliza el paisaje como metáfora de los acontecimientos). Bajo la cáscara de su solvencia técnica, encontramos un relato premioso, exasperante, que repta hacia una vuelta de tuerca que, si bien no en toda su extensión y detalle, cualquiera con ciertos galones en esto de las películas sobre secretos y mentiras familiares anticipaba desde el minuto uno.

Parece que no le quedaba otra a Hodara y su guionista que jugar la carta de la sordidez para golpear en el estómago al que está sentado en la butaca, aburrido de que lo más interesante que hacer ante la pantalla sea ver cómo cae la nieve; pero a esas alturas ya no le estimula nada. Hasta llegar ahí, mucho de lo que también ocurre en el cine español atenaza "Nieve negra": historias hinchadas, contadas con aire de importancia pero a base de trucos sonrojantes y nadería general.

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