Quién le iba a decir a Keanu Reeves que, tras unos años aciagos que casi apagaron la buena estrella encendida con el éxito descomunal de la trilogía Matrix, volvería a recuperar parte del brillo perdido gracias a una propuesta mucho más modesta en clave de serie B. El personaje de "John Wick", un tipo atormentado de pocas palabras y muchas acciones letales, llegó a las pantallas en 2014 de puntillas y, aunque no logró una taquilla desmesurada, sí tuvo críticas positivas y, sobre todo, se convirtió en eso que se ha dado en llamar "película de culto" con un creciente club de seguidores. Lo más sorprendente es que esa primera entrega de las andanzas de Wick nunca llegó a estrenarse en las salas españolas, tal era la escasa confianza que tuvieron los distribuidores en sus posibilidades.

Las cosas son ahora muy diferentes. La expectación creada alrededor de la secuela era enorme, la taquilla estadounidense ha respondido con generosidad (más de 91 millones de dólares frente los 43 millones que amasó la primera parte) y los cines españoles sí han abierto las puertas de par en par a Keanu Reeves.

Cumpliendo con la profecía de su nombre hawaiano, Keanu fue visto al principio como "una brisa fresca en las montañas" tras el aparatoso y en cierto modo sorprendente éxito planetario de Matrix, una retorcida y solemne trilogía de ciencia-ficción aliñada con estética rompedora y una forma de encarar el cine de acción que pilló a muchos con el pie cambiado. Llovieron imitaciones. Los entonces hermanos Wachowski, ahora hermanas, crearon uno personaje icónico (Neo: su vestimenta sacerdotal, sus gafas, su actitud ceremoniosa). Nunca volvieron a repetir un éxito semejante, y Reeves tampoco.