Llega la temporada fuerte del tomate, la del verano, esa estación en la que los más exigentes y entendidos dicen que es la única en la que se pueden comer los auténticos y verdaderos con todo el sabor que les confiere una maduración al sol. Por si fuera poco difícil -cada vez más- encontrar las mejores y más sabrosas piezas, la cosa se va complicando poco a poco con la llegada al mercado de nuevas variedades. Ahora se ha puesto de moda elegirlas según el color. Concretamente, el rosa y el azul. Si el primero era quizás algo más habitual en las fruterías desde hace un tiempo, el segundo ha irrumpido ahora con fuerza en las estanterías y llama la atención precisamente por su aspecto: su tono azulado en la parte de arriba cercana al tallo.

Azul oscuro casi negro, azul índigo o azul morado. Son las formas de definir el aspecto de los tomates de moda, cuyo kilo ronda los cuatro euros. En cuanto al sabor, fruteros y clientes están de acuerdo: están muy buenos y con tan sólo un chorrito de buen aceite y sal gorda, espectaculares. Su color exterior se debe a la acumulación de antioxidantes; en el interior tiene el aspecto de un tomate común. No es una variedad natural, sino surgida de la experimentación y mezcla de distintas semillas que se inició hace bastantes años, aunque es ahora cuando la variedad comienza a popularizarse. A favor, sus propiedades nutricionales (aseguran que tienen mayor concentración de vitaminas); en contra, la mala prensa de los cultivos transgénicos y su ataque contra el medio ambiente.

El rosa es ya un viejo conocido, aunque ahora es más fácil hacerse con él. Barbastro es referencia indiscutible de un tomate carnoso, rugoso, de piezas más bien grandes. No es nada barato (4 euros el kilo tranquilamente) y los entendidos dan la clave para distinguir la buena mercancía: no hay una pieza igual y cuanto más fea y deforme, mejor.