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Tubinga, el descanso de Hiperión

Góndolas, biergarten a orillas del Neckar y las huellas del poeta loco Hölderlin en una apacible ciudad universitaria del sur de Alemania

La capilla de Wurmlingen, a las afueras de Tubinga, a la que acudía Hölderlin. / / l. á. vega

El Hiperión de Friedrich Hölderlin (1770-1843) duda si permanecer junto a los suyos, aferrado al terruño, o escapar del tiempo de los hombres en pos de un ideal de belleza ya desaparecido, "volver otra vez al todo de la naturaleza". Esa tensión insoluble la vivió el propio Hölderlin en su poesía y su vida y fue lo que terminó llevándole a la apacible locura de sus últimas décadas. Las vivió semienclaustrado en una torre de color amarillo que hoy es emblema de la ciudad de Tubinga, en el sur de Alemania.

Aquí, a orillas del Neckar, que ya fluye anchuroso hacia el Rin, pudo descansar por fin Hiperión/Hölderlin, justo en el lugar había empezado todo, sus estudios teológicos en el seminario (Tübinger Stift) y sus primeras obras. Allí coincidió con alumnos de la talla de Hegel o Schelling, con los que compartió discusiones filosóficas y paseos hasta el Spitzberg o la capilla de Wurmlingen, un rincón rodeado de viñedos desde el que se divisa en la distancia el imponente perfil del castillo de Hohenzollern.

En la época de Hölderlin, la ciudad ya tenía una tradición centenaria como centro de estudios teológicos. Su Universidad, la Eberhardiana, data de fines del siglo XV y es una de las cinco clásicas de Alemania, junto a Marburgo, Gotinga, Friburgo y Heidelberg. La lista de estudiantes y profesores es apabullante y heterogénea: Reuchlin, Melanchton, Kepler, Karl Barth, Marcel Reich-Ranicki, Martin Walser, Uhland, Wieland, Ernst Bloch, el presidente alemán Roman Herzog... Tiene fama de tradicional, frente a la cosmopolita Friburgo. No obstante, es una de las ciudades más jóvenes de Alemania, y hace unas décadas se decía que tenía el nivel de vida más alto del país.

El Neckar es tan apacible como una laguna, por lo que no deben extrañar las góndolas que lo surcan indolentemente. Las trajeron para solaz de los estudiantes, pero ahora las disfrutan también los turistas. El muelle de las góndolas está a tiro de piedra de la ya citada Hölderlinturm (la torre de Hölderlin), que es un pequeño museo, junto a la Bolsa, la primera residencia de estudiantes. Hölderlin, Hegel y Schelling compartieron habitación en el Evangelisches Stift, en la Klosterberg. Muy cerca está la imponente plaza del Mercado, con el Ayuntamiento (Rathaus), ornado de trampantojos, y la fuente de Neptuno. El Ranitzky o el Marktschenke son dos buenos lugares para tomarse una cerveza o un riesling. Desde la plaza, por la Kirchgasse, se llega a la Stiftkirche o colegiata de San Jorge, una de las primeras iglesias que se pasó a la iglesia de Lutero, aunque ha cuidado su legado católico y mantiene algunas imágenes que mitigan su severidad protestante. En la plazuela hay una librería en la que trabajó un tiempo Hermann Hesse. Por la Neckargasse se llega al puente Eberhard, la mejor atalaya para la torre de Hölderlin. Un poco más allá está la gasthaus Neckarmüller, que produce la cerveza más conocida de la ciudad y tiene buenos platos locales.

Los estudiantes de Erasmus se reúnen en bares como Collegium, Stadtpost, Sieben o Schwarzes Schaf. Vegi es un restaurante vegano muy recomendable en Kornhausstrasse. Ammergase es un bonito rincón, cerca de la iglesia jacobita, con un canal y varias terrazas. En el plano cultural, es ineludible la visita al castillo renacentista, con varios museos, entre ellos el de arte antiguo. Al contrario que su famoso poeta, Tubinga parece haber encontrado el equilibrio entre la vida y la aspiración de belleza.

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