Todo el mundo coincide en ello: el excedente de la cosecha de verano en la huerta asturiana es este año especialmente abundante. ¿Qué hacer para no perder tanto y tan buen producto fresco? Más allá de ponerse morado a tomates o manzanas, llenar el congelador de calabacines (que una vez sacados no sirven más que para cremas) y atiborrar a familia y amigos con pimientos, frambuesas o piescos -que también lo agradecen-, hay otra alternativa: el tarro. Es tiempo de conservas: fáciles de elaborar, cómodas para utilizar en la cocina a diario y una fórmula de toda la vida para aprovechar el excedente de la huerta. Esto sin tener en cuenta que lo hecho en casa siempre va a tener mejor sabor y será más sano, ahora que esto último llega a obsesionar a muchos.
Cada maestrillo tiene su librillo. Y en el mundo de las conservas hay tantos modos de elaborarlas como personas que se dedican a ello. Desde los más profesionales -provistos de todos los utensilios habidos y por haber para tratar la fruta o la verdura, lavar los tarros, etiquetarlos...- hasta los que van a lo sencillo y práctico. Para estos últimos, unas pocas reglas: buena limpieza de los botes y tapas, un sellado correcto (media hora mínimo al baño maría), cuchara de madera para revolver y el producto, de lo mejor. Así las cosas, se podrá conservar una suculenta salsa de tomate o una rica mermelada de manzana un año largo. El añadido, en el caso de dulces, está claro: azúcar, aunque también vale stevia o edulcorante líquido o en polvo. El espesante, como agar-agar, opcional. La conserva de manzana, la más sencilla: se pica con piel, se añade agua y se cuece hasta que ablande para triturarla con la batidora. Se endulza y al tarro. La de tomate, lo mismo. Aceite y sal, si se quiere. Si no, sólo tomate.