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Escapadas

Bandol, viejos perfumes de la Riviera

La Costa Azul, en un corto tránsito de la bohemia de oro al actual lujo especulativo

Restaurante l'Ile Rousse, con Bandol al fondo.

La mourvèdre francesa es nuestra monastrell, una uva muy productiva cuando recibe los rayos continuados del sol. En los campos de suelo pedregoso y calcáreo que rodean al pequeño pueblo pesquero de Bandol, a poco más de media hora de Marsella, abunda la mourvèdre, acariciada por las brisas marinas y dueña de unos taninos que hacen característicos a los encorpados vinos tintos del país. Los blancos, en cambio, resultan delicados, florales y hasta algo etéreos. Los rosados, afrutados, frescos, excelsos. Château de Pibarnon o Château Vannieres, en cuanto se refiere a los primeros, son dos elecciones seguras si uno está dispuesto a probar el Bandol sin temor a sentirse decepcionado.

En el restaurante L'Ile Rousse, de la bahía de Bandol, uno de los locales más celebrados de esa cornisa, oficiaba el chef JeanPaul Lanyou, antes de ocuparse de Le Lingousto, de Cuers, cerca de Tolón. Sus camarones fritos con albahaca y sus salmonetes escabechados marcaron época. Orientados al mar, el restaurante y el hotel del mismo nombre sufrieron reformas hasta convertirse en dos establecimientos de lujo adaptados a los tiempos que corren, pero por el camino se dejaron la hermosa pátina que los distinguió cuando eran el palacio donde descansaba la popular Mistinguet, artista de variedades y dueña del Moulin Rouge. Eran los años en que la Riviera se parecía a Hollywood. Mejor dicho, a una mezcla de Hollywood y París. Bandol era más burgués y pijo que el vecino Sannary, incluso que Cassis, famoso por sus blancos que tan bien acompañan a la boullabaise.

En los años veinte y treinta la bohemia de oro se paseaba indolente por las terrazas de los cafés y apuraba las noches en los bares del muelle. El Fortuné Cadet, con su parqué iluminado, fue testigo de ello. Allí pasó horas Maurice Chevalier. La Costa Azul proseguía al Este. Cannes se distinguió y distingue por sus grandes hoteles. Cuando el Martinez, de incomparable estilo art decó, abrió sus puertas, aquel hermoso pueblo portuario tenía a lo largo de la Croisette una fila suntuosa de establecimientos de primera categoría. El Majestic, el Carlton y, encima del Café de Paris, el Hotel Edouard VII. Al lado del puerto se encontraban el Beau-Site, el Du Parc y el Hotel de la Californie.

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