La Coruña / Valencia,

R. Rodríguez / P. Burgo

«Mírala, ¿ves cómo es mía?». Con estas palabras, Manuela buscó hace unos días en la respuesta de los hijos que fueron testigos del encuentro con su hija María Jesús desde el día que la trajo al mundo -el 25 de marzo de 1968-, la confirmación de que la persona a la que se abrazaba y miraba a los ojos era una criatura nacida de su propio vientre. Asombrados por el gran parecido físico entre María Jesús y su madre y dos de sus hijas -una de ellas fallecida-, que nadie a su alrededor puso en duda. Una madre y su hija.

Entre abrazos que cortan la respiración -«una fusión nuclear», los definió Santiago, esposo de María Jesús- y risas que se confunden con llantos, Manuela Polo encontró a la hija que durante los últimos 44 años se ha negado a admitir que había muerto, como le dijeron después de darla a luz en un hospital de La Coruña. María Jesús Cebrián conoció a la madre de su propia sangre que empezó a buscar desde 2006, cuando comenzó a investigar si, como sospechaba desde que su padre adoptivo se lo confesó a los 14 años, ella había sido entregada a otra familia, incluso que podría ser un bebé robado al nacer.

Manuela y María Jesús se miraron a la cara durante todo el día, se conocieron a fondo, compartieron los capítulos de sus vidas en una vivienda de la localidad coruñesa de As Pontes. «Nadie más existe ahora a su alrededor», decía Eva María, la menor de las hijas de Manuela, atragantada por la emoción. «Ya me puedo morir tranquila», les repitió Manuela a sus hijos. A María Jesús, Chus, también. «La he encontrado, pero he perdido 44 con ella».

El reencuentro, «fuerte, intenso, inenarrable», como se esforzó en calificarlo Eva, se produjo en Sexe, una aldea de apenas media decena de construcciones a las afueras de As Pontes, en dirección a Vilalba. La casa más llamativa tiene la fachada pintada de verde pistacho, es donde vive Manuela, que esta semana cumple 80 años, donde vio crecer a siete de sus ocho hijos. Pero no a Chus, quien fue dada en adopción a una familia de Valencia, donde vive con su pareja, Santiago. Por la mañana, una tropa de periodistas alteró la tranquilidad del lugar en busca de la imagen del esperado reencuentro de Chus con su madre, de Manuela con su hija. Pero de la emoción del momento sólo fueron partícipes, además de las dos mujeres, dos hijos de la familia gallega.

Cuando los medios de comunicación abandonaron el lugar, pasadas las dos de la tarde y sin que pudieran tomar ninguna imagen de las dos mujeres juntas -como la familia Polo se empeñó en impedir para preservar la intimidad del momento-, la menor de las hijas de Manuela metió a su madre en un coche y la trasladó a su domicilio en As Pontes, donde compartió prácticamente todo el día de ayer con la hija que vio nacer y a la que a las pocas horas le quitaron de su lado.

Chus y Santiago se echaron a la carretera el lunes para cruzar España desde el pueblo valenciano de Montserrat y vivir una experiencia única, tan cargada de expectación como de melancolía. «Siento una gran alegría, pero a la vez una gran tristeza», confesaba la niña robada de Manuela antes de salir de Valencia. A casi mil kilómetros de distancia esperaba su madre, que entonces era ajena al viaje definitivo hacia su encuentro que emprendía la hija nunca dio por perdida en 1968.

La pareja llegó a As Pontes a las dos de la madrugada. Eva y Enrique, acompañados por una amiga íntima que no paraba de llorar, Mari Carmen, esperaban a Chus y Santiago en la entrada del pueblo. Eva los alojó en su casa, donde pasaron tres largas horas conversando y celebrando el encuentro al sabor de una botella de orujo. «Perdona que te miremos tanto», le decían los supuestos hermanos a Chus mientras se comparaban las manos, los ojos y las piernas.

Enrique se marchó a su casa a las cinco de la madrugada y hasta una hora más tarde no se acostaron las dos mujeres. Dos horas después sonó por primera vez en el día el teléfono de Eva, que durante las horas siguientes echó humo para atender llamadas de familiares, amigos y periodistas. Por la mañana Santiago se cortó el pelo en la peluquería de la que es propietario su (nuevo) cuñado Enrique, situado a una manzana del domicilio de Eva. Luego se reunió con Chus para dirigirse a Sexe y abrazarse a Manuela. «No había quien las separase, ha sido muy emocionante», describía Santiago. Los siete hijos de Manuela coincidirán la semana próxima en As Pontes, cuando uno de los hermanos Polo, Pedro, goce de un permiso para regresar a Galicia y se desplace desde Murcia, donde trabaja en el cuerpo de bomberos, para conocer a la nueva hermana. El pueblo de As Pontes se enteró por la mañana de que la familia de una de sus vecinas, Manuela Polo, estaba detrás de la pista de una supuesta hija perdida al nacer. «Algo me había dicho hace tiempo uno de los hermanos, pero no sabía gran cosa sobre el asunto», decía un vecino ayer por la tarde en una cafetería. Pocos más estaban al tanto de las pesquisas comenzadas por la familia Polo.

El viernes pasado la familia de Manuela Polo recibió los primeros resultados de los análisis de ADN a los que la madre decidió someterse para comparar con los exámenes genéticos que, por su parte, María Jesús Cebrián había realizado previamente. En el primer cotejo de datos, el diagnóstico reflejó que las dos mujeres tienen un 99,97% de similitud en 19 marcadores genéticos. Jaime Buj, el responsable del laboratorio Neodiagnóstica, al que acudió la octogenaria de As Pontes, manifestó que ha iniciado la segunda prueba de verificación con otros 12 marcadores.