Contaba Mick Jagger en los primeros sesenta, cuando los «Stones», casi recién llegados, ya habían estado once semanas al frente de las listas de éxitos británicas pero aún se les resistía el mercado americano, que prefería apostar por la imagen pulcra, convencional y adolescente de «The Beatles», que creía que su grupo apenas duraría unos años más. Pero han pasado cincuenta -este año se cumple el aniversario, aunque sin la esperada gira-, el mundo del rock and roll continúa siendo suyo y, como bien saben los fans, si hay algo mejor que un concierto de los «Stones» es otro.

Diez años después de aquella declaración, el grupo de los Gemelos Glimmer -el apodo de Jagger y Richards- ya era el rey del negocio al otro lado del Atlántico, y sus giras y vidas, un tremendo dislate de excesos, genialidades y locura colectiva, como bien describió Robert Greenfield en aquel libro que relataba la explosiva gira americana que terminó con detenciones o el despido a pie de autobús, por el propio Jagger, de «Los Ángeles del Infierno» como cuerpo de seguridad del grupo tras la muerte de un fan.

Pero ¿quién es Mick Jagger?, al margen de un rockero eterno, una imagen, un genio de las finanzas, un ser hiperactivo y un seductor compulsivo -su sonado divorcio de Jerry Hall, la prometida que le robó a Bryan Ferry, le costó 25 millones de euros.

Eso es lo que desvela Marc Spitz en la biografía «Jagger, rebelde, rockero, granuja, trotamundos», que acaba de editar Alba Editorial y que se convierte en un libro de cabecera para stonianos y amantes del rock.

Spitz, crítico musical que ha seguido al grupo durante años, lo resume a la perfección. «Por toda su vida "jetsetera", es ese hombre corriente: vulnerable, perspicaz, escéptico, nunca del todo comprometido con algo tan monolítico como el rock and roll. Los "Stones" son una alianza para Keith (Richards). Para Mick es un ente que lo subvenciona y a veces le impide una búsqueda vital filosófica. Ian Stewart -pianista en su primera etapa y conocido como el "sexto Stone"- me dijo en una ocasión: "Si Mick encontrara alguna vez su verdadera identidad, sería el final de los Rolling Stones"».

Cierto o no, Jagger siempre ha estado en continua mutación. Y no por los rumores sobre las múltiples oxigenaciones que realiza de su sangre en Suiza, sino porque es el único «Stone» que se transforma sobre sí mismo y mueve al grupo.

Mientras Richards sube palmeras llevado por su autenticidad psicológica, Ronnie Wood pinta cuadros o Charlie Watts toca jazz con su cara avinagrada, Jagger aún es capaz de sacarse de la manga nuevos proyectos. El más reciente, «Superheavy», junto a Dave Stewart, o algún disco en solitario.

Spitz bucea en las más de 250 páginas del libro en la trayectoria personal, vital, musical e íntima de Jagger gracias a centenares de entrevistas y miles de datos. Su lectura permite acercarse a la «rock star», pero también al calculador hombre de negocios y excesos; como Keith, niño de clase media trabajadora, pijo, pero que siempre quería cantar aunque podría haber sido cualquier cosa, y que terminó, como anota el propio autor, codeándose con condes y condesas europeas, mancillando la dignidad de su grupo al colaborar con «Duran Duran», cobrando derechos a los «Verve» por el uso de un sampler en «Bittersweet symphony», siendo imagen de Warhol y Richard Hamilton o poseyendo una colección de arte que su última mujer vendió como venganza por una infidelidad.

«Cuando nos referimos a los "Rolling Stones" pensamos en el corazón y las ingles. No nos detenemos en el cerebro. Mick es el cerebro, Keith es el corazón, y para sobrevivir han de funcionar juntos», relata Spitz en esta obra que aporta abundante material fotográfico inédito de Jagger y cuya lectura aumenta en intensidad al estar narrada de forma cronológica, disco a disco, momento a momento, detalle a detalle.

La obra, sin duda, responde la pregunta que se lanza el propio autor: poder saber cómo es posible haber tenido una presencia en la cultura popular tan constante durante cincuenta años y, además, no dejar nunca de ser nuestro compinche. Seguramente la respuesta sea sencilla y sólo se trate de preguntarle a Jagger por su acuerdo con el diablo.