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Veinte años sin la reina de Camelot

Jacqueline Kennedy Onassis, primera dama de América entre 1961 y 1963, remodeló la Casa Blanca y fascinó al mundo con su refinamiento y su extremado buen gusto

Jacqueline Kennedy, en 1980. Arriba, el día de su boda con John F. Kennedy.

"No dejes nunca que adivinen tus pensamientos. Guarda tus secretos. Sé misteriosa, ausente, lejana, un enigma hasta el último de tus días". Ese consejo de su padre, el corredor de bolsa de Wall Street John John Vernou Bouvier III (apodado "Black Jack"), marcó la vida de Jacqueline Le Bouvier Kennedy-Onassis, primera dama estadounidense entre 1961 y 1963, la única católica hasta la fecha, nacida en Southampton, Nueva York, el 28 de julio de 1929 y fallecida de cáncer el 19 de mayo de 1994 en Manhattan.

Mañana hará veinte años que la que fue esposa de JFK dejó este mundo. Su leyenda pervive en su hija Caroline, actual embajadora de Estados Unidos en Japón, superviviente de una familia acostumbrada a digerir tragedias. Las de Jacqueline comenzaron con el divorcio de sus padres. El 12 de septiembre de 1953 tuvo que presentarse en el altar de la iglesia de Newport, Rhode Island, del brazo de su padrastro, el multimillonario Hugh Dudley Auchincloss, heredero de la Standard Oil, ya que su progenitor, aquejado de una gran resaca, no llegó a tiempo. Perdió a dos hijos, Arabella y Patrick, y en 1963 vio cómo su marido caía asesinado en Dallas. En 1968 revivió ese dolor con la muerte a disparos de su cuñado, el senador Robert Kennedy, en Los Ángeles, California, donde hacía campaña para aspirar a ser candidato por los demócratas. Los gestos de Jacqueline y sus refinados modales, fruto del férreo adiestramiento de su madre, Janet Norton, hija del presidente de un banco, fascinan a millones de personas. Michelle Obama, la reina Máxima y hasta Carolina de Mónaco imitan sus looks. Ha sido "plagiada" por grandes del mundo de la moda, como Givenchy. Gucci le dedicó un bolso, el mítico "Jackie", clásico que pasa de madres a hijas. La casa irlandesa Sheppard's subastará el 10 de junio las cartas que escribió al sacerdote irlandés Joseph Leonard. Comienzan cuando era reportera del "Washington Times", y continúan hasta su viudez, momento en el que ella, lo más parecido a una reina de América, dejó escrito que estaba "resentida con Dios". Las cartas podrían alcanzar un mínimo de 1,2 millones de euros, calderilla para la princesa de la alta sociedad educada en escuelas exclusivas de Nueva York, el Instituto Vassar, las universidades de Grenoble, la Sorbona, George Washington y Georgetown. Con su hermana Lee -cuyo segundo marido fue el príncipe Stanislaw Radziwill, pariente de la reina Sofía- compartía la afición por las compras y los viajes. Tras pasar el verano de 1951 en París escribieron el libro "One special summer". Jacqueline hablaba español y francés. En 1966 acudió a la Feria de Sevilla con una mantilla blanca de la duquesa de Alba. Igual lloraba por la muerte de un caballo -era una consumada amazona, que posó sobre un poni para "The East Hampton" en su segundo cumpleaños- que encargaba al piloto de Onassis que volase desde Skorpios a Chipre para comprar el pan del desayuno.

El aspecto elegante que luce la Casa Blanca es obra suya. De niña visitó la mansión y se sobrecogió ante su deterioro. Creó una fundación para restaurar y recuperar piezas históricas, como el escritorio "Resolute", regalo de la reina Victoria de Inglaterra, que Kennedy convirtió en escritorio presidencial, heredado por sus sucesores. También era una madre devota de sus hijos, Carolina y John-John, fallecido éste en julio de 1999 a los mandos de su avioneta. Al enviudar, su afán fue protegerlos. En 1968 se casó con Onassis para alejarlos de América y darles una vida de lujo, de paso, también para llevarla ella. Se equivocó. Al naviero le sobraban millones y le faltaban modales. Las relaciones nunca fueron buenas entre Ari y sus hijastros. Jackie tampoco hizo migas con los vástagos del armador, Cristina y Alejandro. Volvió a América y se refugió en Martha's Vineyard. Los últimos años fue la sombra de Maurice Tempelsman, un belga comerciante de diamantes. En 1994 se le diagnosticó un linfoma. Murió en su casa de la Quinta Avenida y está enterrada en Arlington, junto a Kennedy. La gran reserva de agua de su amado Central Park se llama Jacqueline Kennedy Reservoir.

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