Los productores de Hollywood, esos seres mitológicos que siempre están a la caza de una idea (propia o ajena) para perpetrar el "blockbuster" del año, no tienen miramientos en bucear en la pequeña pantalla en busca de alguna serie de éxito del pasado para trasladarla al cine. Una dinámica recurrente en las dos últimas décadas, especialmente tras el éxito de la primera entrega de Misión: Imposible (Brian de Palma, 1996).

Esta relación, en todo caso, ha llegado al paroxismo este verano, con la coincidencia en las salas de la quinta entrega de la saga que protagoniza Tom Cruise, Misión Imposible: nación secreta, y Operación U.N.C.L.E., adaptación de la serie sesentera El agente de C.I.P.O.L. a cargo del anfetamínico Guy Ritchie.

Esta última serie, como también la película, se centra en dos espías, uno norteamericano y otro soviético, que en plena Guerra Fría se unen a una agencia secreta para combatir a una misteriosa organización secreta que persigue dominar el mundo. Los ecos d James Bond son evidentes y nada casuales, aunque la serie original destacaba por la química entre sus protagonistas, interpretados por Robert Vaughn y David McCallum.

En su revisión, Ritchie ha optado por una estética retro con tintes atompunk, aunque al igual que la serie original buena parte del éxito (o el fracaso) del filme dependerá de la química entre sus protagonistas: Henry "Superman" Cavill y Armie "El Llanero Solitario" Hammer.

El recurrir a una estética retro a la hora de recuperar estas series para la pantalla grande, de hecho, ya fue ensayado por Jeremiah Chechik en su fallida resurrección de Los vengadores (no confundir con los marvelianos The Avengers), y por Todd Phillips, con mayor fortuna, en su desmitificadora revisión de Starsky y Hutch, estrenada en 2004 y protagonizada por Owen Wilson y Ben Stiller.

Un año antes, y en clave de acción, se estrenó S.W.A.T., recuperación de Los hombres de Harrelson con Samuel L. Jackson y Colin Farrell al frente de un equipo de fuerzas especiales de la Policía de Los Ángeles.

Hablando de seres celestiales, ese mismo año de 2003 se estrenó la secuela de Los ángeles de Charlie, actualización de la serie setentera homónima con Cameron Díaz, Drew Barrymore y Lucy Liu repartiendo estéticas patadas voladoras.

Unos pocos años antes, en 1999, vio la luz Wild Wild West, delirio steampunk protagonizado por Will Smith que, pese a su innegable encanto, es hoy más recordada porque su protagonista rechazó interpretar al Neo de The Matrix para hacer esta película. Sin dejar el Oeste, aunque en una línea más convencional, Mel Gibson ya había recuperado en 1994 a Maverick, el tahúr dandi que había popularizado tres décadas antes James Garner, que en la película daba vida al padre (y cómplice) del protagonista.

En los últimos años, otras series de éxito se han transmutado en películas. El equipo A, con Liam Neeson y Bradley Cooper, o Superagente 86, con Steve Carell y Anne Hathaway. Pero si una serie ha sobrevivido bien el complejo trance de pasar de la pantalla chica a la grande, ésa es sin duda Star Trek, convertida en saga de culto y que, J. J. Abrams mediante, ha encontrado su lugar en estos nostálgicos tiempos.