Quizás a la vista de muchos el cambio haya pasado desapercibido, pero uno que por defecto profesional se fija en los detalles de los rostros de las personas sí lo ha apreciado. Coincidiendo con el inicio del verano el Rey de España, Felipe VI, ha optado por retocar su bigote. Fue a finales de junio cuando en una comparecencia pública el monarca lució su siempre cuidada barba con un ligero recorte en la parte superior del bigote.

Quien en su momento le aconsejó apostar por la moda "hipster" de lucir barba acertó. La imagen de Felipe VI adquirió un tono más serio e irradia una aureola de madurez y experiencia que quizás antes parecía mitigada. Sin embargo, a mi juicio, el recorte actual le resta naturalidad a ese estilismo capilar y facial impecable que ha acompañado desde la juventud a la imagen del monarca. Debería dejarlo completo y acicalarlo como el resto de su barba. Alguna vez leí que don Felipe no necesita cuidarse mucho para ofrecer una imagen impecable. Siempre lleva el pelo corto para evitar que se le formen rizos. De ello se encarga un peluquero que acude semanalmente a La Zarzuela. Ha sido así desde siempre y hoy con más fundamento que nunca, inmersos en una sociedad en la que la imagen tiene un papel fundamental.

El estudio psicoestético de la imagen de la realeza tampoco es nuevo. Hace años, concretamente en 1974, tuve la oportunidad de asistir al III Seminario de psicoestética y nuevas modas, en el que el maestro Muñoz Espinalt dio a conocer su análisis histórico de los monarcas españoles. Gracias a la psicoestética podemos comprender mejor la evolución de la imagen personal. De aquel interesantísimo estudio recuerdo que se desprendía que entre la etapa de Carlos II, un rey que lucía una larga melena, y la de su padre Felipe IV, la dimensión del cabello masculino había crecido tanto que fue necesario inventar otro tipo de adorno para el cuello. Para dejar libre la melena se procuró que el cabello, en la parte trasera, fuese una simple cinta que por delante se ampliaba y tenía forma de lazo. Así nació la corbata.

Entonces las melenas largas eran una obsesión. Tal era así que Felipe V, el primer rey de la dinastía Borbón, fomentó el deseo de usar pelucas. Esas extensiones las vimos posteriormente con Carlos III y Carlos IV. A finales del siglo XVIII la peluca cayó en desuso. Siguió siendo signo de distinción el cabello largo, pero natural, y aparecieron las patillas largas y ostentosas. Fernando VII es el mejor ejemplo de esta moda. Más tarde, a finales del siglo XIX y posiblemente por influencia militar, se extiende la moda del cabello corto y engomado, un estilo el del pelo corto en los hombres que, en contra de lo que se cree, ha sido una excepción a lo largo de la historia.

Hoy es posible que la apuesta de Felipe VI de dejarse barba haya influido a la hora de contagiar a cada vez más hombres de apostar por ese estilo. La barba está de moda. Veremos si el recorte del bigote también lo consigue, aunque en este caso confío en que tarde o temprano sea el monarca el que vuelva a su anterior estilismo.