T. P.
Si ya lo dijo Leonard Cohen, que "somos feos, pero tenemos la música", y Lorenzo Silva se agarra a esa letra ardiendo para iniciar una de sus novelas más personales, intimismo sin red en una historia de dos seres en el filo de la navaja que, sin esperarlo, se encuentran y se reconocen sin conocerse. Un hombre y una mujer. Nada más sencillo, nada más complicado. Se cruzan en un territorio nocturno que, como espejo de sus propias vidas, les resulta extraño. Por ajeno. Gente doliente. La vida les ha dado malas cartas y las juegan de la mejor forma posible. Silva se pone en la piel de la chica para contar, o cantar, su historia. Un reto. Ella tiene el alma arañada pero aún espera cosas de la vida. Él... él la mira. Y ella se le acerca. Le habla. No baila nunca. Pero le atrae. Se gustan. Como en la película Tú y yo se citan. Quizás acudan. Quizá no. El azar les unió. ¿Por qué llevarle la contraria? Finalmente se vuelven a ver y arranca una historia de amor con misterio incluido entre una periodista y un hombre de profesión peligrosa. Silva domina el territorio siempre espinoso del diálogo y también el ritmo para que la novela, corta en extensión, tenga un largo recorrido en la memoria del lector por la intensidad de las emociones que alberga. Sin concesiones a un romanticismo empalagoso, sin tensar la cuerda del dramatismo, y con un desenlace a una zona de conflicto muy transitada por el autor. Música para feos es una balada ideal para leer mientras con Cohen cerca: melancólica, con el desgarro justo, emocionante en su pudorosa austeridad.
