El libro de Gerard O'Neill y Dick Lehr es un magnífico ejemplo de periodismo de investigación y una exhibición de vigor narrativo

Quienes vayan a ver a la película "Black Mass" protagonizada por Johnny Depp seguramente se quedarán con ganas de saber muchas más cosas de la increíble historia de John Connolly y James "Whitey" Bulger, agente del FBI y el padrino de la mafia irlandesa respectivamente. Están de enhorabuena: Gerard O'Neill y Dick Lehr responden a todas las cuestiones habidas y por haber en el libro del mismo nombre, un trabajo periodístico excepcional en el que la precisión y la abundancia de datos contrastados se une a un vigor narrativo de primera clase para forjar una obra mayúscula dentro del género del reportaje, y en la que la ciudad de Boston adquiere la dimensión de un personaje más.

En resumidas cuentas: Connolly firma un contrato maquiavélico con Bulger, quien le facilitará información contra la mafia italiana para obtener resonantes éxitos a cambio de hacer la vista gorda con cualquier delito del irlandés, salvo el asesinato. O sea: vía libre para robar, extorsionar, traficar con drogas? Todo se complica cuando ese trato pasa a admitir el asesinato si la víctima es? digamos, merecedor del mismo. Semejante degeneración de la relación entre un agente de la ley y un criminal solo podía tener un resultado: un caso de corrupción que enfangó la historia del FBI como nunca antes había sucedido. Si a eso añadimos un tercero en discordia, el político con más influencias del estado, y que "casualmente", era hermano de Bulger ("dos leyendas vivas"), nos encontramos con un material literalmente explosivo.

Se mire por donde se mire, "Black Mass" es un libro prodigioso. Y con algunas fotografías que ayudan a poner cara a los protagonistas. Se puede leer como una crónica minuciosa e implacable del crimen organizado en sus innumerables ramificaciones que emponzoñan cada rincón de la sociedad, o como una autopsia reveladora de los abusos de poder que se mueven entre las sombras de la ley con la excusa infame de combatir al crimen por medios criminales, o como un viaje al día a día de los irlandeses en el South Boston, donde la vida vale muy poco. Pero, sobre todo, es un ejemplar trabajo de dos periodistas que en la primavera de 1988 se atrevieron a investigar en las cañerías de su ciudad para "The Boston Globe".

Hubo un dato que hizo encender las alarmas de los periodistas: a partir de 1965, tras haber pasado nueve años en prisiones por atracos a mano armada, Bulger no había sido detenido ni una sola vez, y, sin embargo, su escalada en el mundo del crimen era imparable, hasta convertirse "en el jefe más afamado de los bajos fondos". Siempre acompañado de un asesino, Steve Flemmi, "el fusilero". En un principio, los periodistas no se creían la teoría del confidente que sugirieron a finales de los 80 la policía estatal y los agentes de narcotráfico, dado que en el escenario donde se movían los mafiosos un confidente era lo más despreciable que se podía ser.

Pero las investigaciones de los reporteros dejaron claro que, en asuntos de ley y desorden, cualquier cosa es posible. El FBI tardó una década en admitir lo que negaba con vehemencia. Sus arrogantes agentes se quedaron a la intemperie de la verdad. "El escándalo Burger es el más grave con diferencia" de la historia del FBI en cuanto a vínculos entre agentes y confidentes: "Una fábula admonitoria versada, ante todo, en el abuso de poder que pasa desapercibido". El periodismo, el buen periodismo, los puso a todos en su sitio. Alabado sea.