El documental "Homme less" retrata la vida de Mark Reay, un modelo, fotógrafo de moda y actor estadounidense que pasó seis años entre fiestas exclusivas y trajes italianos a la vez que, incapaz de pagar el alquiler, dormía al raso en una azotea de un lujoso barrio de Nueva York, que dejó en enero de este año.

"Nunca me consideré un 'sin techo', pensaba en mí más como un campista urbano", cuenta Mark Reay, quien durmió durante más de un lustro en un ático del Upper East Side de Nueva York, y quien explica su historia desde otra azotea, la de La Casa Encendida de Madrid, que proyectará mañana el documental que Reay protagoniza.

Reay, de 56 años, apareció en las pantallas de medio mundo en series como "Sexo en Nueva York", donde interpretó a Carlo, un seductor millonario de pene pequeño, o en pequeños papeles en películas como "Celebrity", de Woody Allen. En los años ochenta, su figura se paseó por Europa, desfilando para Versace, Moschino o Missoni, para después reconvertirse en fotógrafo y, con su cuerpo atlético y su pelo cano, moverse con soltura fotografiando a las "top models" de la Semana de la Moda de Nueva York, la ciudad que fue su techo desde el año 2008 hasta enero de 2015.

El éxito profesional que desprendía su aspecto se encargaba por aquel entonces de enmascarar la doble vida que emprendió cuando un proyecto de negocios en Francia no salió bien: "No encajaba en el estereotipo de ladrón o 'sin techo', todo el mundo piensa que todo es más fácil si eres guapo, y puedo decir que es cierto", afirma tajante Reay.

Cuando se paseaba por las calles con su traje, lo paraban habitualmente para pedirle una limosna: "En esos momentos me sentía mal y pensaba 'si tú supieras que sólo tengo diez dólares en el bolsillo'", cuenta. Sus primeras noches al descubierto las pasó en las colinas de Saint Tropez, buscando trabajo de fotógrafo durante el día, antes de volver de su proyecto fracasado en Francia para instalarse en un hostal "hasta que los cheques empezasen a llegar".

"Me fui del hotel porque me desperté con mordeduras, pensé que tenía chinches, y recordé que tenía las llaves del apartamento de un amigo, con una azotea donde a veces tomábamos un cóctel", rememora. Cada día, durante seis años, durmió en esa azotea, al lado de un generador y escondido tras una valla: "Procuraba levantarme antes de las ocho, por si venía algún trabajador, comprobaba que nadie me veía, metía mis cosas en una bolsa de plástico y saltaba la valla", recuerda.

Teléfono en mano, para evitar conversaciones con otros inquilinos, pasaba por delante del apartamento de su amigo sin que éste se diese cuenta. Los ingresos, insuficientes para un alquiler en la Gran Manzana, se invertían en un café de la mañana y en la cuota del gimnasio, que le proporcionaba un lugar para ducharse y una taquilla donde guardaba sus cámaras, el ordenador y una plancha, necesaria para presentarse a los castings de punta en blanco. "En ese momento pensaba que mi vida era algo más común", apunta Reay, quien a veces contaba a desconocidos en los bares la historia que sus amigos no conocían.