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Viaje a la infancia con Rubio

Sesenta años después de su aparición, los cuadernos de caligrafía y aritmética, adaptados a la época actual, siguen siendo familiares para miles de niños españoles

Viaje a la infancia con Rubio

A finales de los años 50 en España apenas había televisores, ni siquiera una Educación Primaria obligatoria. El país daba tímidos pasos hacia la modernidad, los niños jugaban en la calle y las madres tenían algo más de tiempo para prepararles la merienda y enseñarles a leer y escribir en una cocina en la que aún no existían el microondas ni la Thermomix.

En ese contexto nacieron los cuadernos Rubio Silvestre, que quiso imprimir y encuadernar los apuntes y ejercicios que daba a sus alumnos en Valencia. La ayuda de los cuadernos fue inestimable para padres y docentes. Aún lo siguen siendo. Con sesenta años de historia, son un compendio de sabiduría infantil, y un reflejo de la sociedad, con la que han sabido evolucionar. La editorial Espasa recoge ahora en un volumen la historia de los cuadernillos, de escritura y aritmética, que hoy se descargan en la tableta, además de publicarse en su versión tradicional y que han suprimido algunas de las frases de la España de la época, que servían como muestras para los pequeños aprendices, del tipo "Cecilia reza todos los días"; "Nos arrodillamos al pasar el Viático" o "África está habitada por negros". Al lado de estas sentencias había otras bastante más "modernas" para su tiempo, del tipo "España es una nación de Europa", escrita en un contexto en el que la entrada en el Mercado Común estaba lejana y el euro ni siquiera existía en la imaginación.

El primer paso del método se mantiene inamovible. Son los cuadernos de preescritura, trazos con los que los niños empiezan a desarrollar sus habilidades. Los cuadernillos actuales no suman cigarrillos, y se centran en peras y manzanas. También fomentan la igualdad y no aluden ya a esas madres que "miman" en casa a sus retoños, mientras los padres ganan el pan familiar. Ramón Rubio (Tarragona, 31 de agosto de 1924-Valencia, 15 de noviembre de 2001), pedagogo y empresario, creó el método Rubio para mejorar la instrucción básica en la España de la posguerra. Hoy tal vez, habría hecho las cosas de forma diferente, aunque sin renunciar a los principios de constancia y tenacidad que tanto defendía.

Porque una de las bases de la metodología Rubio estriba en la repetición de los contenidos. A fuerza de repetir, los niños aprenden, pensaba el maestro. Y ese mantra lo aplicaba a la caligrafía, a las matemáticas e incluso al dibujo. Rubio se crió en Geldo, un pequeño pueblo de Castellón desde donde se desplazaba a diario a Valencia para estudiar. Llegó a fundar su propia academia, donde impartía contabilidad. Con el objetivo de que sus alumnos adquirieran el dominio de los números y mejorasen su caligrafía, creó una serie de fichas. Al principio nadie les dio valor. La labor directa del profesor mercantil valenciano en su academia propició una salida laboral a más de 3.000 alumnos.

En su esposa, Marina Polo, la hija del médico de Geldo, y en sus tres hijos, encontró grandes colaboradores. Ella creyó de inmediato en aquellas libretas de caligrafía, de color verde, que fomentan el desarrollo intelectual y motriz del escolar, a través de ejercicios lúdicos con los que el niño adiestra su mano y adquiere la soltura y la agilidad para conseguir una escritura correcta. Los cuadernos amarillos de Cálculo ayudan al desarrollo intelectual, consiguiendo seguridad, dominio del cálculo y manejo de los números.

Los pedagogos defensores del sistema Rubio consideran que su uso complementa las enseñanzas impartidas en los colegios. Y aunque hoy los pequeños volúmenes, numerados y con dificultad progresiva, evoquen una España en blanco y negro, no es menos cierto que adquirieron renovado protagonismo a partir de 1975, durante la Transición, que trajo también cambios en el sistema educativo. A finales de los 80 la editorial llegó a vender más de 10 millones de ejemplares anuales, destinados a niños de entre 3 y 13 años. Ramón Rubio, que fue declarado hijo predilecto de Geldo a título póstumo, falleció en 2001, a los 77 años. Donó al pueblo los terrenos necesarios para construir un parque infantil, un centro deportivo y un colegio público que lleva su nombre, ese mismo que miles de niños españoles siguen leyendo a diario en la portada de los cuadernillos.

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