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Saturno Cerra, una vida de película

El recientemente fallecido actor y pintor riosellano, que protagonizó "Siete mujeres para los McGregor", tuvo una vida intensa y sin ataduras

Saturno Cerra, en una imagen de archivo tomada en su casa de Sebreño en el año 2010. NACHO OREJAS

Saturno Cerra Pendás (Sebreño, Ribadesella, 1924), actor secundario en más de cien películas, algunas de ellas títulos tan destacados como "Tristana", de Buñuel, o "El bueno, el feo y el malo", de Sergio Leone, falleció el pasado sábado, a los 91 años, en su pueblo natal, al que había regresado en la década de los ochenta del pasado siglo, tras una vida de película que inició en el pueblo riosellano y continuó en Oviedo, Madrid, Brasil y de nuevo España. Cerra unía a su condición de intérprete -sólo hizo un papel protagonista, el Johnny McGregor de "Siete mujeres para los McGregor"- la de pintor, su verdadera vocación y la que le dio dinero, según él mismo decía. Vivió con varias mujeres, se casó dos veces y tuvo tres hijos, a los que no trató tras la separación de sus esposas. En el año 2010 habló con LA NUEVA ESPAÑA de todo ello.

Entonces, jugaba al golf, seguía pintando, leía a James Ellroy y a Marcial Lafuente Estefanía, a quien había conocido, y hablaba con vehemencia pero sin fechas de su vida. El estallido de la Guerra Civil marcó el fin de su formación educativa. Tenía 12 años, y finalizada la contienda, tras hacer el Servicio Militar, se trasladó a vivir a Oviedo. Casado ya con Marujina, a la que describía como una "moza muy guapa, hija de un tapicero", se trasladó a Madrid. En la capital española su primer trabajo fue de peón, hasta que decidió solicitar un puesto en Galerías Preciados, los grandes almacenes fundados por el asturiano Pepín Fernández.

"Me atendió su hijo, José Manuel. Me preguntó qué sabía hacer y le dije que pintar. Me pasó lápiz y bloc y me pidió que dibujara el teléfono. Lo hice sin alzar el lápiz y se sorprendió. Me metieron de empaquetador en las cajas", contaba.

Estuvo nueve años en Galerías Preciados y llegó a vender como dependiente 7 millones de pesetas al año. Pero aquella aventura acabó mal. "Me castigaron por una cosa que no hice, luego quisieron reponerme, pero ni Pepín Fernández ni yo podíamos vernos, y me fui". A finales de los años cincuenta, ya separado de su mujer -"teníamos dos hijos, uno debe tener ahora 60 años, si vive. Casi no los conocí, nunca los volví a ver-, voló a Brasil.

Allí vendió perfumes, cremas, ingresó en la Escuela de Arte Dramático e interpretó su primera película, "Bruma seca", en 1961. A ésta siguieron otras once, entre ellas "Samba", de Rafael Gil, con Sara Montiel. Y tomó una decisión: "Dedicarme a lo que me gustaba, la pintura". Y añadía: "Pinto todos los días y lo haré hasta que muera". En el Brasil de la bossa nova, según sus propias palabras, conoció "a actrices y cantantes, y pinté con éxito paisajes locales con un puntillismo diminuto y bahianas, mujeres gordas. Vendía barato, pero como rosquillas".

En 1965 regresó a España. "Me fui a Estela Films y salió Mario Geraldo, con un sombrerito, gafas, italiano, simpático, y empezó a reírse. Me mosqueé: '¿Tengo monos en la cara?'. 'No, eres la figura que busco para hacer el Johnny, uno de los protagonistas de 'Siete pistolas para los McGregor'".

Luego siguieron otros títulos, de Sergio Leone, con rodajes en Almería; de Pedro Lazaga, de Luis Buñuel, con quien rodó "Tristana". "Me prestó porque era un mito. No era poco contar en la tertulia del hotel Menfis de Gran Vía que había hecho una con Buñuel". Saturno Cerra decía que con quien mejor había trabajado había sido con Antonio José Betancor en "Valentina". Y tenía muy buen recuerdo de Claudia Cardinale, con la que no había trabajado pero había coincidido en los estudios Cinecitá, "guapísima, habladora", y de Concha Velasco, "simpatiquísima".

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