No es de extrañar que la Casa Real de Suecia haya decidido dedicar una sala del palacio de Estocolmo a una exposición sobre los modelos que lució en infinidad de actos oficiales y familiares la princesa Lilian, fallecida en marzo de 2013. En "The Lilian look" se exhiben 30 vestidos de gala que la mujer del príncipe Bertil (1912-1997), tío del actual soberano, Carlos XVI Gustavo, llevó durante 30 años en recepciones, bodas reales, bautizos, fiestas y ceremonias de entrega de los premios Nobel.

La muestra, que en España sería impensable, no sorprende en Suecia, país muy apegado e identificado con su monarquía. Además, en gran medida, gracias a Lilian los actuales miembros de la dinastía Bernadotte, la casa reinante, han podido matrimoniar con quien les ha venido en gana y no con alguien de sangre azul como dictaban, hasta hace escaso medio siglo, los cánones de la realeza europea. Empezando por el actual monarca, casado con la azafata germano brasileña Silvia Sommerlath, y pasando por sus tres hijos, Victoria, Carlos Felipe y Magdalena. Al gran cariño y respeto ganados a pulso de los suecos hacia la bella princesa Lilian -nacida como Lilian May Davies en Swansea (Gales) en 1915- se unieron también hasta su muerte los de la familia real.

Una familia que ahora ha hecho espacio en palacio, concretamente en los apartamentos Bernadotte, para mostrar a los turistas la buena mano de la tía Lilian en el saber vestir, lo que siempre llamó la atención a los suecos, que no perdieron detalle durante su vida de los colores, telas y diseños que lucía la princesa en cada aparición pública.

A la galesa le venía de oficio, pues fue en sus años jóvenes modelo y posó para "Vogue". Trabajando durante la Segunda Guerra Mundial para el ejército británico conoció al príncipe Bertil, entonces destinado en la embajada sueca en Londres. Cuentan que el flechazo fue instantáneo y empezaron una relación que llevó a Lilian a formalizar el divorcio de su primer marido, el actor Ivan Craig. Pero no sería hasta 31 años después cuando la modelo pudo casarse de nuevo, y esa vez con el príncipe de sus sueños. Fueron más de tres décadas de amor, al principio clandestino, que demostraron a los detractores de su relación -escandalizados por los amoríos de Bertil con una modelo divorciada- que una boda no era indispensable para estar juntos.

La historia de Lilian y Bertil es una de las más románticas de la realeza europea. Se conocieron en un mal momento para el príncipe, cuyo padre, el rey Gustavo VI Adolfo, estaba entrado en años mientras la monarquía sueca no gozaba de mucha popularidad y cuya continuidad contaba con más dudas que certezas. El heredero, el hermano mayor de Bertil y padre de Carlos XVI Gustavo, se había matado en un accidente de coche, y sus otros dos hermanos habían renunciado a sus derechos sucesorios para casarse con plebeyas. Un camino que pudo tomar Bertil y pensar sólo en su historia de amor con Lilian.

Pero ambos optaron por la vía de la responsabilidad -al menos, así ha quedado en el imaginario popular sueco- y decidieron retrasar su unión para que Bertil pudiera ser regente (no podría, de casarse con una plebeya) y tutor del heredero -un pequeño Carlos Gustavo que en 1947, cuando se mató su padre, apenas tenía un año- en caso de que éste tuviera que suceder a su abuelo antes de cumplir los 18 años. Un abuelo que cuando falleció su primogénito tenía ya 65 años, casi los mismos que separaban la edad de su nieto y heredero.

Así las cosas, Lilian y Bertil decidieron seguir adelante, pero con cierta discreción, lo que impidió a la modelo galesa asistir a actos oficiales y apariciones públicas junto a la familia real. Su ejemplar comportamiento no pasó desapercibido para el pueblo sueco, quien siempre agradeció a ésta su prudencia, discreción y paciencia. Gustavo VI Adolfo también supo verlo y aceptó finalmente a la pareja de su hijo, primero, en una cena de Año Nuevo y, finalmente, en los fastos por su 90 cumpleaños.

Carlos Gustavo creció con el cariño y la supervisión de Bertil. Cuando accedió finalmente al trono en 1973, una de las primeras cosas que quiso hacer fue premiar la dedicación y entrega de la pareja, quien pudo casarse en 1976: Lilian tenía 62 años, Bertil, 64. Sin saberlo, ambos habían abierto camino para que los miembros de la realeza, de su país y del resto de Europa, pudieran realizar matrimonios morganáticos sin necesidad de renunciar a sus derechos sucesorios. Su sobrino lo oficializó al cambiar la ley y también al usarla, al casarse con Silvia Sommerlath, hoy una digna reina de la que presumen los suecos.