Tino PERTIERRA

Mucho, muchísimo, se ha escrito sobre el cineasta Alfred Hitchcock y su obsesión por las actrices rubias: la Grace Kelly de "La ventana indiscreta", "Crimen perfecto" y "Atrapa a un ladrón", la Kim Novak de "Vértigo", la ladrona "Marnie" encarnada por Tippi Hedren y la Eva Marie Saint de "Con la muerte en los talones". El maestro del suspense fue etiquetado con frecuencia como un un hombre de sexo acomplejado, un erotómano confuso y nunca confeso, un voyeur capaz de convertir el rodaje de "Los pájaros" en un martirio para la desdichada Hedren...

La mente lúcida del escritor Serge Koster aprovecha esas pasiones perturbadoras para ofrecer una visión audaz y sin duda insólita del mundo cinematográfico de Hitchcock, un creador genial que podía convertir a una actriz en una auténtica diosa de la pantalla y al que no le temblaba el pulso a la hora de intentar derribarla luego. "Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock" es un pequeño gran libro (apenas 80 páginas) de prosa precisa y exuberante después de cuya lectura nunca más se podrán ver esas películas con los mismos ojos.

Le dijo Hitchcock al director François Truffaut en el famoso libro "El cine según Hitchcock": "Buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en 'putas' en el dormitorio". Como explica Koster, "es el único entre todos los ilustres directores de cine que sabe observar, y nos hace observar, a las mujeres con una veneración no exenta de un humor que impide la falsa expectativa; el sexo elidido de la mujer mantiene el deseo en su grado más alto de incandescencia". Recordemos en "Con la muerte en los talones" las escenas del tren, "donde Eva Marie Saint, fascinante frente al seductor por antonomasia, Cary Grant, dirige el juego, el galanteo, los preliminares".

El Maestro es "un brujo. Es perfecto cuando da forma a sus actrices fetiches. Incluso cuando no siente simpatía por alguna de ellas, no decepciona nunca. Va más lejos todavía, hace de la antipatía una baza que aumenta el atractivo para el espectador. Nadie ignora que no le gustaba demasiado la actriz en torno a cuyo papel se construye 'Vértigo'. Kim Novak es doblemente 'una sustituta', como la definió François Truffaut: como intérprete, sustituye a Vera Miles, que no estaba disponible; como personaje, es la cómplice de un complot criminal y luego presa de una manipulación mortal. Hitchcock transmuta estos avatares en un cóctel venenoso, que nos instila su melancolía embriagadora y fúnebre".

De Hedren "hay que decir que, tratada sin contemplaciones por el Maestro, que mendigaba sus servicios sexuales, se desenvuelve con talento, asumiendo con brío el papel de víctima pasmada en 'Los pájaros', y con valentía en 'Marnie', donde representa, de manera exagerada, los papeles de mujer frígida, cleptómana y homicida. Sometidas al desprecio o a las vejaciones del realizador, Novak y Hedren salen crecidas de la experiencia: lo mismo que las atormenta, las permite elevarse y acceder al cielo de las estrellas".

Don Alfred, "poco afortunado en lo que respecta a su apariencia física, haciendo juegos malabares con los tropismos puritanos, posee el don de representar a la mujer como si tuviese la conciencia aguda de que, para el hombre, ellas encarnan ese 'continente negro' descubierto por Freud. Si hay un enigma en las películas de Alfred Hitchcock, es el gran enigma que provoca el sexo femenino: ¿qué mirada, qué caricia, qué sueño nos transmite ese enigma? Y nuestra sed infinita de ese sexo, nuestra curiosidad incansable por su secreto, ¿en qué medida, dóciles al deseo del Maestro, nos permitirán saciarlas las criaturas de la pantalla?".

Para ser honestos, matiza el autor, "añadiré que si el pelo rubio es el elemento desencadenante, no tiene el monopolio del goce. No excluiremos del procedimiento del deseo según Hitchcock a una actriz como Ingrid Bergman. Nos procura un intenso placer recordarla en "Encadenados", compartiendo con Cary Grant uno de los besos más largos, lentos y lujuriosos de la historia del cine y de la filmografía hitchcockiana".

El caso de Hedren fue especialmente llamativo: "En un lugar privilegiado de sus trofeos de caza, nuestro entomólogo del crimen y del amor ha prendido una mariposa hembra y ahí la ha dejado. Ella, Tippi Hedren, había estimulado su apetito, según los rumores. Él quiso inmiscuirse en su intimidad, ella le cerró su corazón y todo lo demás. ¿Hemos vuelto a ver muchas veces más a este raro ejemplar en una pantalla? (...) ¿Pretendiente rechazado, el cineasta se entrega a una doble masacre de su estrella, en el papel de víctima tanto de los picos de los pájaros como, simbólicamente, del atizador que usa de niña en 'Marnie la ladrona' para salvar a su madre? Son las exigencias del guión. En sus conversaciones con Truffaut, Alfred Hitchcock reconoce, vengativo contra esta última película y su intérprete, una clara preferencia por 'La ventana indiscreta' y su protagonista: 'Porque a Grace Kelly daba gusto verla y los diálogos eran buenos'". Menudo era sir Alfred.