Lo que no se ve y no se cuenta en las crónicas oficiales de las alfombras rojas siempre es lo más divertido. Cremalleras que se escurren, colas que se pisan, coincidencias que se toman con humor y piropos, abrazos y gritos que se producen entre las estrellas, los acompañantes y los que van a trabajar... La gran fiesta del cine español -que logró una audiencia de más de 3,9 millones de espectadores y una cuota de pantalla del 25,8 por ciento- hizo posible una foto conjunta de Javier Bardem y Penélope Cruz, sonriendo a los fotógrafos desde el photocall. Deleitó a los espectadores con un nuevo paseo de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, sin soltarse de la mano ni un momento, salvo cuando el premio Nobel tuvo que subirse al escenario para entregar el "Goya" al mejor guión adaptado. Y convirtió a Pablo Alborán en la estrella de la noche, haciéndose selfies a cada paso y besando a las fans que consiguieron superar varios controles y obstáculos para acercarse a los pies de la alfombra roja.

Ricardo Darín y Javier Cámara se metieron a la prensa en el bolsillo. Úrsula Corberó se convirtió en la más fotografiada gracias a no esconder ni un momento la pierna que asomaba por su vestido de satén borgoña; al igual que Amaia Salamanca y la pedrería de su espalda. Nadie pudo ignorar el pronunciado escote de Cayetana Guillén-Cuervo, que le jugó algunas malas pasadas durante su paseo ante las cámaras, al igual que la cremallera a Silvia Abascal y la cola a Belén Rueda; ni el look de Victoria Abril, que entre el pelo afro y el volumen de su abrigo dejó a casi todos sin habla. Muchos se preguntaban qué hacía allí otro año más Nieves Álvarez, "¿hizo alguna película alguna vez?", murmuraban varios periodistas. Pero, sin duda, el trío Sánchez-Iglesias-Rivera fue el que se llevó el gato al agua. El primer impacto de sus looks disparó los comentarios en directo y a través de las redes sociales. Que si "mira el cuello en punta de Rivera", que si "Sánchez lleva la camisa abierta", que si "Iglesias lleva esmoquin, dos tallas más grande, pero esmoquin". Los cámaras no podían dejar de grabar, ni los fotógrafos, parar de disparar. Ahora juntos, ahora separados, ahora de dos en dos. Se pasaron más de una hora contestando preguntas en decenas de corrillos. Hasta que empezó la gala y Dani Rovira volvió a darles un papel protagonista en varias ocasiones, incluso por encima del ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, al que muchos ni reconocieron. Manuela Carmena quiso evitar ser foco de atención en la alfombra, al contrario que Cristina Cifuentes, que fue la última en desfilar por ella con un vestido rojo.

Los abrazos sentidos entre las estrellas del cine español; la espontaneidad de alguna actriz que pide que le miren la etiqueta porque no recuerda el nombre del diseñador que la viste; la naturalidad de muchos actores al no esconder su ansia por tener un selfie con Juliette Binoche; los "pibón", "guapa", "buenorro" que se lanzaban unos a otros en tono descarado para mostrar su complicidad, y la alegría desbordada que mostraban al ver triunfar a un compañero son algunas de las buenas razones "typical spanish" por las que los "Goya" nunca se parecerán a los "Oscar".