¿Se pueden amar cinco minutos de una película que odias? Sí, ya lo creo. Lo importante es amar es irritante en su mayor parte, bochornosa por momentos, insoportable en varios de sus tramos, con Klaus Kinski haciendo uno de sus numeritos de sobreactuación, y Fabio Testi sin mover un músculo con una inexpresividad insultante que no hace honor al desgarro profundo y real de Romy Schneider, pero de pronto llegan esos minutos finales y todo cambia, todo te cambia, cinco minutos de fatalidad y pasión y comprensión y amor que duele y cura, minutos en los que Testi, al fin, derribado y malherido, sólo tiene que poner cara de sufrimiento y abatimiento, y funciona, lejos Kinski de todo, pero, sobre todo, con Romy en primer plano, Romy, la mujer de las mil heridas sin cicatrizar, una mujer superviviente sobre su amado demolido, entre lágrimas que purifican la piel quemada por dentro. Y son esos minutos envueltos por el sudario musical de George Delerue lo que salvan una cinta histérica, convulsa y excesiva, y la protegen de sí misma hasta hacerla inolvidable.