De Hedda Hopper, afamada cronista durante la edad dorada de Hollywood, se decía que podía lanzar a un actor al estrellato o terminar con una carrera con una de sus columnas periodísticas. Lo primero quizá fuese un tanto exagerado, habida cuenta de las múltiples variables que podían influir en el ascenso de un astro, pero de lo segundo hay pruebas irrefutables y lo sufrió, entre otros, el guionista Dalton Trumbo, al que la Hopper fustigó en sus artículos por su militancia izquierdista.

Precisamente, el reciente estreno del biopic sobre el guionista, "Trumbo", protagonizado por Bryan Cranston, y de "Ave, César", homenaje al Hollywood clásico de los hermanos Coen, han propiciado la recuperación por partida doble de quien se jactaba de ser "la reina de Hollywood". Una actriz frustrada que hizo del chismorreo un arma con el que podía influir incluso sobre los dueños de los grandes estudios.

Hedda Hopper no fue la primera columnista de chismorreos, aunque sería la definitiva. En la década de los veinte, bajo el amparo de William Randolph Hearst, otra mujer abría la senda que después arrasaría la Hopper: se trataba de Louella Parsons, una antigua guionista a la que, en su momento de mayor esplendor, llegaba a más de veinte millones de lectores.

Tras veinte años tratando de hacerse un nombre en el cine y el teatro, Hedda Hopper se convirtió en columnista de chismorreos en 1937, cuando tenía 47 años. Su estilo, ácido y despiadado, cautivó a los lectores ávidos de chismorreos, y la Hopper pronto se convirtió en la favorita del público, en franca rivalidad con Louella Parsons.

Esa competencia, de hecho, está reflejada en "Ave, César", en la que una misma actriz, Tilda Swinton, interpreta a dos hermanas que se dedican a los chismorreos, en un claro paralelismo con Hopper y Parsons, que incluso se tenían cierta simpatía antes de que la primera cogiera la pluma.

El estilo de ambas era parecido, y compartían una total falta de escrúpulos. La Hopper, además, sazonaba sus comentarios con detalles escabrosos y una cierta "mala leche", que amplificaba el amarillismo de la columna. Era su toque de distinción, algo que también dejaba notar en su vida social: además de por sus artículos, la Hopper era célebre por su extravagante modo de vestir, con trajes y sombreros de colores y diseños poco convencionales. A "la reina" no le gustaba pasar desapercibida.

Hollywood siempre fue terreno sembrado para los chismes. Desde la eclosión del negocio del cine, los "affaires" sentimentales y los escándalos, casi siempre con algún actor o actriz en el medio, habían poblado los tabloides. El caso de Roscoe Arbuckle, que mató accidentalmente a una aspirante a actriz practicando un juego sexual durante una fiesta, había llevado a las grandes productoras a meter en vereda a sus empleados. Pero era todo fachada.

Para encontrar escándalos, sólo había que buscar. Y Hedda Hopper era una gran buscadora. Entre sus víctimas estaban los homosexuales. La columnista minó con sus insinuaciones la relación entre los astros Cary Grant y Randolph Scott, que durante más de una década compartieron casa y, se dice, cama. También cargó contra Michael Wilding, que sería el segundo marido de Elisabeth Taylor, y Peter Lawford, un reconocido "playboy" que incluso conquistaría a una Kennedy. En cambio, jamás vertió una mala palabra sobre la persona de George Cukor, cuya homosexualidad era conocida en el mundillo, pero que siempre se guió con discreción y supo contentar a la Hopper, como antes a la Parsons, con habilidad.

Otro de los damnificados por Hedda Hopper fue Joseph Cotten, aunque en su caso por algo tan "convencional" como un adulterio. Aunque el actor se enfrentó a la columnista: después de que la Hopper desvelase en un artículo su aventura con la también actriz Deanna Durbin, Cotten se encaró con ella en un restaurante. Se dice que, posteriormente, el propio Cotten ofrecería su zapato a Cary Grant, para que se lo lanzase a la Hopper después de sus artículos sobre su relación con Randolph Scott.

Otro que las tuvo tiesas con la columnista fue Spencer Tracy, al que no le hicieron gracia las referencias de la Hopper sobre su relación, por otro lado conocida urbi et orbi, con Katharine Hepburn. Claro que lo suyo no fue nada con el cabreo que se pilló Joan Bennett, a la que Hopper citaba frecuentemente en sus artículos. Hasta que un día, la Bennett le envió un singular paquete. Dentro había una mofeta y una nota: "Yo apesto, pero tú también".

Pero además de esos chismorreos sentimentales, Hedda Hopper no dudaba en lucir su militancia republicana y ultraconservadora en sus artículos. Adalid de la "Caza de brujas" iniciada por el senador Joseph McCarthy, la Hopper no dudó en cargar contra Charles Chaplin y "El gran dictador", y citó en sus columnas a cualquiera que fuese sospechoso de tener simpatías comunistas. Su implicación fue tal que incluso ostentó la vicepresidencia de la Alianza Cinematográfica para la preservación de los valores norteamericanos. Una suerte de "lobby" que encabezaba el mismísimo John Wayne.

Contra Trumbo

Es en esta vertiente, precisamente, en la que la figura de Hedda Hopper se cita en "Trumbo", donde está interpretada por Helen Mirren. Y es que la columnista se cebó con especial virulencia con el autor de "Johnny cogió su fusil", al no entender cómo uno de los más valorados guionistas de Hollywood podía ser un comunista.

Trumbo acabó en la cárcel y en el exilio, aunque hoy es admirado por su entereza y reconocido por su talento. La Hopper murió millonaria e, incluso, tiene una estrella en el Paseo de la Fama. Vivió sus últimos años en una gran mansión, en pleno Beverly Hills, que ella misma reconocía que "había sido construida por el miedo". Un cubil apropiado para la reina malvada de Hollywood.