"Y una tarde de primavera, Merceditas cambió de color. Y Alfonsito, que estaba a su vera, fue y le dijo qué tienes mi amor?".
Quién no ha escuchado la célebre copla dedicada a la pareja de reyes más enamorados y entregados que haya dado la monarquía española. Merceditas es María de las Mercedes de Orleans y Alfonsito, Alfonso XII. Camino van de cumplirse 140 años del trágico final de su historia de amor, que si bien inspiró a buen número de escritores, cineastas y compositores hasta los años setenta, luego poco a poco cayó en el olvido y las nuevas generaciones apenas saben de los amores entre la bella y frágil Merceditas y el tatarabuelo de Felipe VI.
Y eso que hasta hace poco, concretamente hasta el 19 de junio de 2014, María de las Mercedes de Orleans pasaba por ser la única reina consorte de España nacida en el país. Un detalle que desde hace casi dos años tiene que compartir con la Reina Letizia. La madrileña y la asturiana son las dos únicas monarcas "Marca España" de la época contemporánea; antes, sólo hubo otra más, Ana de Austria, pero hay que remontarse a mediados del siglo XVI, cuando Felipe II convirtió a su sobrina vallisoletana de Cigales en su cuarta esposa.
Poco le duró a María de las Mercedes el título de reina: cinco meses. Los que fueron desde el día de su boda, el 23 de enero de 1878, con su amado Alfonso, hasta el 26 de junio del mismo año, cuando murió víctima del tifus en las dependencias del Palacio Real de Madrid, el mismo donde se casó y donde había nacido hacía tan sólo 18 años. Trágico final para una historia de amor de película ("¿Dónde vas Alfonso XII?" y "¿Dónde vas, triste de ti?") que había comenzado seis años antes y que tuvo que hacer frente a la oposición de la madre del entusiasmado novio, la mismísima Isabel II. La joven era sobrina de ésta, y en el pecado llevaba la penitencia: la monarca estaba enfrentada a su cuñado, el duque de Montpensier, al que acusaba de querer usurparle el trono a su hijo. Éste y su esposa, Luisa Fernanda de Borbón, se habían instalado en Sevilla con la Restauración y allí pudo prosperar el noviazgo que Alfonso y Mercedes habían comenzado un poco antes, cuando él tenía 15 años y la novia, 12.
Ni la oposición del Gobierno -horrorizado estaba Cánovas del Castillo con el matrimonio francés- ni la de Isabel II hicieron que Alfonso diera marcha atrás en su empeño de llevar al altar a su prima. En el cine, en la más célebre interpretación realizada por Vicente Parra, se dibuja un monarca eufórico, enamorado hasta los tuétanos y ajeno a cualquier deber de Estado, mientras que Paquita Rico se mete en el papel de una María de las Mercedes que, aunque más joven, tiene los pies en la tierra y es consciente del deber que tiene su amante con España, de ahí sus dudas... Pero triunfó el amor o, al menos, es como ha pasado a la historia. El pueblo de Madrid se volcó con los amantes, que cortejaron hasta que no hubo más remedio que tragar con la boda, que se celebró en el Palacio Real con la ausencia sonada de Isabel II. Si aceptó o no ver a su hijo casado con la hija de su más acérrimo enemigo político es algo que ha quedado para los historiadores desentrañar. Pero el pueblo sacó su propia conclusión: prefirió explicar la ausencia con una pataleta de madre y no con el exilio forzado que cumplía en París desde la revolución de 1868, la Gloriosa.
Poco les duró la dicha a los reyes, y tanto esfuerzo por ver culminada su historia de amor no se vio recompensado. Una tarde de primavera, como dice la copla, Merceditas cambió de color y acabó en cama. El tifus había prendido en su frágil cuerpo, que poco a poco se apagó sin que su desolado esposo, que no se separó de su cama, pudiera hacer nada. Dos días después de su 18.º cumpleaños, en 1878, la reina consorte más joven que había y ha tenido España se murió y el rey rozó la locura. "Dónde vas Alfonso XII, dónde vas triste de ti. Voy en busca de Mercedes, que hace tiempo no la vi", recogieron las coplas, ávidas de inspiración. No hubo nada que inventar. La historia salió redonda: dos amantes que lograron vencer las barreras políticas para hacer triunfar un amor que se apagó con una muerte trágica.