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Amores Que Hacen Historia

Sissi y Francisco José pusieron todo de su parte

La Archiduquesa Sofía fue una mala suegra que contribuyó a torcer una relación que sobrevivió a tragedias y separaciones

Sissi y Francisco José pusieron todo de su parte

El de Sissi y Francisco José es uno de los amores que han hecho historia. No sólo por méritos propios, sino por toda la ayuda que el cine y la literatura han facilitado para que en el imaginario colectivo esta relación haya prendido como la clásica en la que el amor se impone por encima de convencionalismos sociales y la razón de Estado. No es que el matrimonio de Isabel de Baviera y el emperador Francisco José I de Austria fuese precisamente desgraciado en realidad, mucho menos por lo que los amantes pusieron de su parte para sacarlo adelante, pero tampoco fue ejemplo precisamente de unión feliz.

Con todo, su historia merece ser destacada porque no le faltó ningún ingrediente y un siglo después se les sigue recordando como una pareja clásica de enamorados. El centenario de la muerte del emperador (se celebra el 21 de noviembre) sirve además para recuperar la historia.

Ella era una joven bella y feliz que correteaba por las montañas de los alpes bávaros con su padre, el rebelde y excéntrico duque Maximiliano, cuando con 16 años su primo el emperador se fijó en ella y se empeñó en hacerla su esposa. Francisco José no es que fuera mucho mayor: tenía 23 cuando la conoció y 24 cuando se casó en una boda en la iglesia de los Agustinos de Viena el 24 de abril de 1854. Aquí ya aparece la mala de la película, la archiduquesa Sofía de Baviera, hermana de Ludovica, la madre de Sissi, quien puso el grito en el cielo por la elección de su hijo, y aunque lo aceptó, siempre estuvo dispuesta a que los dos tortolitos no olvidasen nunca que por encima del placer y del disfrute había algo mucho más importante que hacer: llevar las riendas del Imperio Austriaco, que tenía que contar con un emperador que se tomase en serio su trabajo y una archiduquesa a la altura de las circunstancias.

Y aquí empezó el calvario y la tragedia de Isabel, a quien la juventud, inocencia y una educación muy por debajo de lo que debería haber recibido (creció en Munich y Possenhofen, alejada de la corte y, por tanto, de su estricta etiqueta, en una familia de 10 hermanos) la empujaron a una existencia desgraciada. Los estudiosos atribuyen a la emperatriz ciertos desórdenes alimenticios y psíquicos, quizás desencadenados por el estrés al que estaba sometida en la corte vienesa (no hay que olvidar el permanente escrutinio de su suegra) y cuyo único balón de oxígeno era precisamente su marido, enamorado hasta las trancas, cuentan, pero también imposibilitado para dar a su joven esposa toda la atención que requería. Y es que Francisco José tenía, ni más ni menos, que gobernar todo un imperio que ya en la segunda mitad del siglo XIX comenzaba a desmembrarse y le daba muchos más quebraderos de cabeza de los que él quisiera.

El matrimonio siguió adelante y tuvo cuatro hijos (Sofía, Gisela, Rodolfo y María Valeria), prueba de que pese a todos los problemas su relación era sólida, al menos, hasta 1868, fecha en la que nació la última. Con más edad y más segura en su papel, Isabel crió y educó ella misma a María Valeria, algo que no pudo hacer con los anteriores. Cuentan que la llamaba su niña húngara, por haber sido concebida en una tierra que ella siempre amó y en cuya unión con Austria tuvo mucho que ver. La niña acabó siendo también la preferida de Francisco José, quien le dejó en herencia su amada residencia de Bad Ischl, donde había conocido a la joven Sissi: la Kaiservilla es hoy en día uno de los lugares preferidos por los turistas que visitan la región austriaca del Salzkammergut.

Es en 1889, cuando muere su hijo y heredero Rodolfo, cuando los emperadores parecen distanciarse. Más libre, ya adulta, Sissi decide aislarse del mundo, da la espalda a la corte y se dedica a viajar por el mundo. Pero siempre tendrá presente a su esposo, quien en Viena la echa de menos, y la correspondencia entre ambos es intensa. En su firme decisión de pisar la corte lo estrictamente necesario, pero quizás compadeciéndose de ese hombre al que ha abandonado pero que siempre le ha consentido todo y la ha amado por encima de todo, la propia Isabel busca una sustituta, una mujer que acompañe a Francisco José y le dé el cariño, la compañía y hasta los mismos que ella no está dispuesta o no puede darle: la actriz Catalina Schratt.

Y en una de sus escapadas, en Ginebra, en septiembre de 1898, el anarquista Luigi Lucheni atentó contra la emperatriz, le clavó un estilete en el pecho y la hirió de muerte. El desasosiego y la tristeza se instalaron en la vida del emperador quien, pese a haber permitido durante todo su matrimonio las excentricidades y caprichos de su adorada esposa, en un arranque de egoísmo (quizás de los pocos que se permitió hacia ella), incumplió la última voluntad de Isabel y la enterró cerca, en la cripta de los Capuchinos de Viena (panteón de los Habsburgo) y no en el palacio Achilleion de Corfu, donde ella había pedido en su testamento.

Francisco José nunca levantó cabeza. Envejeció y su salud se deterioró, pero aún tendría muchos años por delante de vida, los suficientes para ver cómo su imperio se deshacía. En Bad Ischl, donde había conocido a su gran amor y donde pasó su luna de miel, firmó la declaración de guerra contra Serbia, que desencadenó la I Guerra Mundial. Era 1914, poco más de dos años después, el 21 de noviembre de 1916 moriría. Y, cómo no, se hizo enterrar junto a su amada Sissi.

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